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Mostrando entradas de noviembre, 2022

Ultimas voluntades

Cuando yo muera y me asignéis un estrecho ataúd, ¿qué se quedará aquí? Quizá mi huella en el cojín del sillón verde. Tal vez esa página del libro, con el pico doblado, donde interrumpí su lectura. Quizá la botella de brandi a medias. Tal vez se quede en mi mesa esa foto tuya en la que me sonríes y nunca quise enterrar en el álbum. Quizá la camisa a la que le perdí un botón cuando jugaba contigo, la de cuadritos azules. No me importa si todas esas cosas las dejáis fuera… Pero lo que no quiero que se quede aquí es el móvil y su cargador. Por favor, metédmelos en algún bolsillo del traje que me pongáis. Allí donde me vais a dejar, la vida es muy aburrida sin YouTube o WhatsApp . Espero que haya cobertura, porque si no…

Una mañana caprichosa

  Elegí ese café porque los veladores de la terraza eran «a la antigua», con superficie redonda de mármol blanco y pie de hierro pintado de negro. La mañana era aún fresca. Domingo y sin tráfico. Silencio, dentro de lo que cabe. Enfrente, los álamos del parque. Algún gorrión en el suelo, picoteando migajitas de pan caídas. El mármol del velador era la página en blanco de la   despreocupación. Pedí un café cortado. Saqué del bolso los Articuentos , de Millás, prometiéndome una sosegada lectura. Sin saber de dónde ni como (tan enfrascado estaba en la lectura), salido de la nada, apareció un hombre sentado ante mí y mirando la mesa. Era calvo, regordete, de cara sonrosada. Llevaba chaqueta arrugada de lino, de un color amarillo grisáceo. El rostro y la frente empapados de sudor repulsivo. –Oiga, hay muchas mesas libres, puede sentarse en cualquiera de ellas, ¿por qué se ha sentado en la mía? –Me gusta esta mesa –me dijo mientras se secaba el sudor de la cara con un mugriento pañuelo

Casi un diario, como diría mi vecino el listillo. El día de los Fieles Difuntos y la historia de Victor Noir. Martes 1 de noviembre de 2022

 Ayer, entre las ocho de la tarde y las once de la noche, llamaron a la puerta de mi casa al menos en tres ocasiones. Las tres veces eran grupos de niños y niñas disfrazados, con mayor o menor acierto, de brujas, zombis, esqueletos o pequeños condes Drácula. La última vez no les abrí porque oí la algarabía que traían y no quería interrumpir el hilo de la película de Netflix que estaba viendo. En las dos anteriores veces, nada más abrir la puerta, me espetaron a coro la cansina y equívoca frase de «Truco o trato». Tentado estuve de preguntarles que querían decir con esas tres palabras. Tan influenciados estamos por el cine norteamericano que repetimos, bobaliconamente, en una mala traducción del inglés lo que los niños estadounidenses dicen la noche del 31 de octubre cuando van de casa en casa en busca de caramelos. Ellos dicen « Trick or treat » que se traduce como «susto (trick) o dulce/regalo (treat)». Lo que buscan los niños es que el adulto que abra la puerta elija entre darles un