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Mostrando entradas de octubre, 2022

Historias bíblicas para profanos: Lo de Adán y Eva.

Adán se despertaba muy pronto, casi con las primeras luces, miraba a derecha e izquierda, bostezaba, se estiraba un buen rato, volvía a bostezar y, por fin, se levantaba del lecho excavado en la blanda arena en el que, la noche anterior, había extendido una suave capa de fresca y fragante hierba. Orinaba en cualquier parte, luego se acuclillaba en la orilla del río, acuencaba las manos y las llenaba de fresca agua incolora, inodora e insípida como eran entonces todas las aguas existentes. La bebía. Se acercaba al peral, o al ciruelo, o al naranjo (nunca al manzano) siempre cargados de frutos y arrancaba dos o tres piezas. Se las comía despacio, sin prisas. Tenía todo el día para no hacer nada. Si se animaba, a lo mejor dedicaba un rato a tratar de enseñar a ese animal que se le arrimaba con insistencia, parecido al lobo, pero más dócil, a que le diera la pata cuando él le tendiera su mano.   Había terminado ya de poner nombre a todos los animales (menos a ese que se le parece al lobo

Casi un diario, como diría mi vecino el listillo. Jueves, 12 de mayo de 2022

  Hoy he ido a recoger a mi nieta Elena al colegio. Normalmente va en el autobús escolar hasta su casa, pero hoy no habría nadie esperándola allí. Sus padres han avisado a primera hora de la mañana de que iría yo a por ella. Me he tenido que identificar y firmar en un papel antes de que me la entregaran. Me parece bien estas medidas de seguridad, aunque a alguno le puedan parecer engorrosas. Años atrás, cuando Elena iba a la guardería, no tenía que firmar ni avisar con antelación de que iría yo a recogerla. Claro que no, porque lo habitual es que fuéramos a por ella Maricarmen o yo, uno de los dos, y las cuidadoras ya nos conocían. Yo disfrutaba yendo a recogerla. Elena aún no había cumplido los cuatro añitos. Yo llegaba unos minutos antes de la hora y me quedaba mirando por el exterior de la ventana como jugaban, como reían, alguno lloraba, otro con los mocos a punto de metérsele en la boca (¡este mocoso es un diablillo!, decía mi abuelo refiriéndose a mi hermano José), dos peleándo