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Mostrando entradas de septiembre, 2023

Los húngaros, su cabra y yo.

El domingo acaba de empezar y me he levantado un poco más tarde de lo habitual. Todo el día en casa, sin colegio. Un día sin las pesadas bromas de Luisito. Mamá está en la cocina, desde aquí la oigo trajinar con sartenes y perolas. Mamá hoy no canta. Anoche la oí llorar, en su dormitorio, muy quedamente, como si estuviera ahogando el llanto en la almohada. —Esta mañana no me han querido fiar en la tienda cuando he ido a comprar aceite. Mañana volveremos a comer lentejas, las que han sobrado hoy. —No te preocupes —oí la voz de mi padre tratando de consolarla—, te han salido muy buenas. —No llevaban morcilla, eso lo dices para tranquilizarme —y me imaginé a mi padre limpiándole con los dedos las lágrimas que aún quedaban en sus mejillas—. Además, el niño ha vuelto a pedir para su cumpleaños una bicicleta. —Ya lo arreglaremos; no sé cómo, pero lo arreglaremos. A mí, anoche, también me costaba trabajo dormirme. Me tapé los oídos para no seguir escuchándolos. Sueño desde que cumplí los siet

Un diálogo, sin más

  En más de una ocasión me he propuesto escribir un microrrelato solo con un diálogo. Sin acotaciones, sin narrador, sin descripciones. Quería que el lector sintiera ser él mismo un personaje secundario, testigo de lo que los protagonistas hablan, que imagine su aspecto, como visten, dónde están, en que momento ocurren los hechos... en fin, que el lector ponga todo lo que falta y así me ahorro yo el escribirlo. No sé si lo he conseguido con este engendro que he titulado UN DIÁLOGO, SIN MÁS . -Y ese que está en aquel rincón apartado, ¿quién es? -¿Se refiere usted a aquél con aspecto desaliñado que está sentado en el banco y sostiene la cabeza entre las manos? -Sí, coño, ¿es que hablo en chino? -Usted perdone, señor Presidente. Ese es Ramiro. Pasa así todos los días. Sin moverse y con la mirada perdida. Como si no existiera. -Ah, ya recuerdo… Y, ¿esa piltrafa humana es la que se enfrentó a nosotros? -Sí, señor Presidente. Dicen que pretendía cambiarlo todo. De cabo a rabo. -Ya. ¿Y, con q

Esta, mi ciudad.

Aquí sigo, en esta ciudad a los pies del castillo, en esta ciudad que me vio nacer. Aquí sigo, haciéndome cada día más viejo, aunque me resista, aunque me engañe diciéndome que aún es la primera vez en muchas cosas, aunque me traicione negando mi costal repleto de tantas mentiras. Aquí sigo, en esta ciudad con sus calles estrechas y empinadas; con sus puertas la mitad abiertas, la mitad cerradas; con sus luces y sus sombras; con sus gorriones y sus cucarachas; con sus tabernas y sus iglesias; con sus hombres aceitunados y sus mujeres con miradas de rímel; con su cruz, allá en todo lo alto y sus olivos, allá en todas partes. Aquí sigo, en esta ciudad que me verá rígido y frío, inmóvil y agobiado por la estrechez de la madera. En esta ciudad que, cuando cierren la caja dejándome totalmente a oscuras, ella, mi ciudad, ya habrá empezado a olvidar que fui su fiel amante y que siempre llevé su nombre, como pirsin de oro, prendido en mi lengua. F.M.M.  

Un dios descontento.

Hay dioses para todos los gustos. Por ejemplo, los antiguos dioses griegos y sus secuelas romanas como los libidinosos Zeus-Júpiter que no paraban mientes en distinguir entre diosas o simples mujeres mortales a la hora de beneficiárselas. Todas caían. Hay dioses feos y lisiados como Hefesto, tanto que su propia madre Hera lo tiró al mar nada más nacer. Hay diosas apropiadas para los ecologistas como la nórdica Jord, que cuando no andaba cuidando de la Naturaleza, se metía en la cama de Odín y, claro, acabó pariendo a Thor que cuando se enfadaba su voz era un trueno. Hay dioses como Ganesha que, aunque al principio te eche para atrás ver que tiene cabeza de elefante y cuatro brazos, si le rezas con devoción y fe te propicia buena fortuna y te va eliminando obstáculos en los comienzo de tu negocio. Hay también numerosos dioses médicos, como Ixtlilton a quién los aztecas acudían y bebían de su agua tlílatl (lo que quiere decir agua negra) cuando pillaban un resfriado o una cagalera o les