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Un dios descontento.

Hay dioses para todos los gustos. Por ejemplo, los antiguos dioses griegos y sus secuelas romanas como los libidinosos Zeus-Júpiter que no paraban mientes en distinguir entre diosas o simples mujeres mortales a la hora de beneficiárselas. Todas caían. Hay dioses feos y lisiados como Hefesto, tanto que su propia madre Hera lo tiró al mar nada más nacer. Hay diosas apropiadas para los ecologistas como la nórdica Jord, que cuando no andaba cuidando de la Naturaleza, se metía en la cama de Odín y, claro, acabó pariendo a Thor que cuando se enfadaba su voz era un trueno. Hay dioses como Ganesha que, aunque al principio te eche para atrás ver que tiene cabeza de elefante y cuatro brazos, si le rezas con devoción y fe te propicia buena fortuna y te va eliminando obstáculos en los comienzo de tu negocio. Hay también numerosos dioses médicos, como Ixtlilton a quién los aztecas acudían y bebían de su agua tlílatl (lo que quiere decir agua negra) cuando pillaban un resfriado o una cagalera o les salía un orzuelo.

Hay muchos más dioses, no sabría decirte cuantos. Ya te digo, para todos los gustos y necesidades existe un dios; el truco está en saber buscarlo. Y es que los dioses no son universales. Quiero decir que cada uno de ellos elije en qué zona y en qué época vivir. A mí, por poner un ejemplo, me pilla muy lejos el lugar donde vive Ganesha, que ya me gustaría haberlo tenido cerca para que me hubiera allanado el terreno en mis comienzos profesionales. Nosotros nos tenemos que conformar con San Pancracio, el santo de la fortuna y de los juegos de azar, pero él no es una divinidad como el dios con cabeza de elefante y, por lo tanto, su poder es menor; y así nos va, que por mucho que le rece cuando relleno el boleto de la primitiva, pierdo lo jugado nueve de cada diez veces y la vez que gano nunca me llevo un premio mayor de ocho euros.

Aquí y en nuestra época el dios que tenemos por vecino, me parece que es un dios descontento con su obra. En el colegio de primaria al que fui, me enseñaron que él creó a la primera pareja de humanos (lo de la evolución de las especies que Darwin dijo cien años antes de que yo me sentara en los pupitres de madera de aquel colegio que olía a tiza y moho, ni por asomo). Adán y Eva los llamó. Como amados hijos suyos que eran, los puso a vivir en un jardín que era todo un paraíso y les dijo: “Todo esto es para vosotros, mis queridos humanos, pero de aquel árbol, cuyo fruto es el del conocimiento del bien y del mal, no comáis. Ni os acerquéis a él, ¿entendido?”. Luego, lo que sigue ya lo conocéis de sobra, así que no lo voy a repetir aquí. Lo que yo no acabo de entender es por qué ese dios, cuando sus hijos amados cometen la primera falta no se limita a una simple regañina, que es lo que cualquiera de nosotros haría ante la primera (fíjate bien que digo “la primera”) desobediencia de nuestros hijos. No digo yo que él les dijera “bueno, vale, os perdono”, pero sí que podía haberlos castigado simplemente con hacerles escribir en la pizarra cien veces “no volveré a desobedecer a nuestro Creador”. Pues, no. Él va y los echa del Edén, pero no por una semana o un mes. Los echa, a ellos y a toda su descendencia, para siempre jamás. Yo sería incapaz de hacerle eso a mis hijos. Aunque se hubieran comido mi último trozo de mojama (por cierto, se me está acabando; mañana sin falta iré a comprar más).

Luego vino lo del Diluvio, que tiene tirilla. Resulta que tan cabreado estaba este dios con su propia obra que decidió eliminarla, así de un plumazo, ahogando a todo bicho viviente (digo yo que a los peces cómo pensaría exterminarlos). Pero es posible que Noé se enterara de sus propósitos y le dijo “Eh, que yo he seguido siempre tus mandatos, no me ahogues a mí también. Además, deja que se salven los animales que ellos no tienen entendimiento y nunca te han ofendido”. Noé hizo su gran Arca, que sería más grande que el Titanic me supongo, y en ella aguantaron él con toda su familia y la gran animalada hasta que encallaron en lo alto del Ararat. Cuando pudieron salir, Noé pilló una borrachera que hizo historia y yo todos los días, a la hora del aperitivo, me endiño un par de tragos de buen vino en su honor, para celebrar que si no hubiera sido por él, a estas horas ni yo estaría escribiendo este rollo ni tu leyéndolo.

Pero se ve que nuestro dios seguía dándole vueltas en la cabeza a lo de acabar con su creación, si no eliminándola al completo, sí a gran parte de ella y se cargó a todos los habitantes de Sodoma y Gomorra con una lluvia, si se me permite decirlo así, de fuego y azufre. Que lo del fuego, vale, pero el azufre ¿para qué? El asunto fue más sádico todavía de lo que damos por hecho, porque hoy solo se habla de Sodoma y Gomorra, pero el fuego y el azufre también cayó sobre otras tres ciudades, a saber: Admá, Zeboím y Zoar. En ese episodio, también se libró del castigo un personaje que hoy sería denostado por machista. Me refiero a Lot, que como todos sabéis recibió la visita de dos ángeles, dos serafines serían, por lo bellos y hermosos que les parecieron a los sodomitas y gomorritas que acudieron a la casa de Lot para pedirle que se los entregaran, que querían ver si padecían de almorranas para curárselas. Ya me entendéis, ¿no? Pero el machista de Lot les dijo: “No a estos angelitos no os los entrego. Si queréis os doy a mis hijas para que hagáis con ellas lo que queráis”. ¿Y nuestro dios, permitió que este personaje, machista como ninguno, se salvara del fuego divino? Tiene narices el asunto.

Lo vuelvo a repetir me parece que nuestro dios es un dios descontento con su obra. Como si nos tuviera ojeriza. Y lo digo porque desde el principio de la Historia nos tiene amenazados con el fin de los tiempos y un Juicio Universal, del que no se librarán ni los muertos, a celebrar en el valle de Josafat (miraré en Internet dónde está ese valle porque no tengo ni puñetera idea de su localización, vaya a ser que me pille muy lejos), en día y hora aún no fijados, pero que yo me temo ha de ser pronto, porque ya han empezado a aparecer señales anunciadoras.

Se están produciendo ahora mismo  muchas guerras, más de lo que hemos observado jamás y es difícil que las naciones mantengan la paz y lleguen a acuerdos. Nuestro dios nos dijo que cuando esté cerca el final, se extenderá por todas partes el hambre (recordad a los migrantes que mueren en mar porque no tienen que dar de comer a sus hijos) debido a las guerras, al aumento de los desastres naturales (terremotos, huracanes) y a los efectos del maltrato de la Naturaleza (¡Ven diosa Jord a salvarnos, porfa!). Y eso está pasando ya. Otra señal es la de la aparición de falsos profetas que apelarán a la gente y muchos los aceptarán y seguirán. Y ahí tenemos a la cantidad ingente de bulos que circulan por las redes sociales sin que nadie los ponga en duda (¿podrían entrar Trump y Putin en esta categoría?).

Creo que nuestro dios está impaciente por llegar al final. Ya ha empezado a calentar la Tierra y a subir el nivel del mar. Es decir, que piensa exterminarnos con una mezcla de lo que ya ha hecho antes. Un intento de ahogarnos y de abrasarnos (en esta ocasión no aprecio señales de que también nos vaya martirizar con el nauseabundo olor a azufre). Y esta vez no habrá ningún personaje a salvar, así que no me hago ilusiones.

 

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