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UN DÍA EN EL COLE

Sor Aurelia era mofletuda y rechoncha. Recuerdo que yo me decía al mirarla desde mi pupitre que las alas de su toca, por muy grandes que fueran y por muy fuerte que las batiera, no podrían levantarla ni un palmo del suelo. A primera hora de la mañana nos hacía rezar un padre nuestro o un ave maría, ya no me acuerdo, pero rezar sí que rezábamos algo, de eso sí que me acuerdo. Después, unos días repasábamos la tabla de multiplicar y otros días sacábamos los cuadernos Rubio de caligrafía y nos decía: Hoy toca practicar la letra bonita, que vaya mamarrachos de letras me hacéis. Yo iba por el número dos, el que tenía en la portada un soldado romano montado en su cuadriga, que más tarde supe que no era cuadriga sino biga. Pero entonces todos nosotros la llamábamos cuadriga. A mí me gustaba mucho esa ilustración de la portada y me imaginaba que era yo el intrépido y valiente soldado que fustigaba a esos vigorosos caballos y que sentía como mi capa roja, todas las capas de los romanos eran rojas, volaba a mis espaldas, como si se quisiera escapar. Pero mi héroe por excelencia no era un romano. Era el Capitán Trueno, todo un caballero cruzado español, ejemplo de virtud y de hombría. Por similitud de edad, mi héroe tendría que haber sido Crispín, pero ya digo, era el Capitán. Ingrid era una de las niñas del aula de al lado, pero no os voy a decir su nombre. Eso me lo guardo para mí. Solo os digo que tenía trenzas y eran de color castaño. Goliat, a veces era el padre de Ramoncín y a veces el marido de doña Pepita, que era un barrigudo policía municipal, de los que regulaban el tráfico y tenía siempre la porra en la mano, no sé para qué, porque nunca le vi que atizara a alguien con ella.

Algunas mañanas, Sor Aurelia no nos ponía a recitar la tabla de multiplicar ni a practicar caligrafía. Nos hacía escribir un dictado. Niños, decía, sacad la libreta que vamos a hacer un dictado. En aquellos tiempos era correcto y apropiado decir “niños”, en masculino, sin añadir “niñas”, porque ellas estaban en otra aula, al otro extremo del pasillo y no importaba que solo tuviéramos siete u ocho años. Los niños con los niños y las niñas con las niñas. Eso era lo correcto y honesto, sobre todo lo honesto. Yo abría mi plumier, sacaba mi lápiz, le chupaba la punta y a esperar que Sor Aurelia empezara a dictarnos.

Atentos niños. Hoy vamos a copiar lo que Don Alejandro Manzanares, que es un eximio inspector de Enseñanza Primaria, dice en su libro “Raza española”. Yo no sabía lo que suponía ser eximio, pero por el tono en que la monja lo decía, debería de ser algo muy grande y de mucha importancia. Decidido, la próxima vez que Sor Aurelia nos llevara a la capilla a confesar con Don Tomás, me dirigiría a él de esa manera: “Eximio Don Tomás en esta semana he cometido tres pecados veniales y uno mortal”. Seguro que llamándolo así, la penitencia sería mucho menor. Por si tenéis curiosidad, el pecado mortal era haber dudado de que Jesús convirtiera el agua en vino. Yo creía entonces que lo normal, lo bueno era lo contrario, lo que hacía mi tío Jacinto que, en los días que comíamos la familia al completo, cuando celebrábamos el cumpleaños o el santo del abuelo, mientras esperaba que la abuela sirviera la sopa, él le echaba un poco de agua a su vaso de vino y lo sopaba con unas migas de pan. Está bueno este Valdepeñas, solía decir después.

¡Vamos, Felipín!, deja de mirar a las musarañas que empiezo a dictar. Sor Aurelia se colocaba bien las gafas, abría el libro, se chupaba el dedo índice de la mano derecha y empezaba a pasar páginas. Se paraba en una de ellas y…: “Franco es nauta… ¿cómo dice Sor Aurelia?... n-a-u-t-a, coma, estrella y timonel. Punto y seguido. Su insigne nombre pronúnciase… Sor Aurelia, ¿pronúnciase lleva acento?... Sí, en la u. Repito… pronúnciase con júbilo y veneración (pausa) en todos los honrados hogares españoles. Punto y aparte. Ahora abrid exclamación, niños… ¡Voluntad y cerebro, pensamiento y acción (pausa) de nuestro colosal Movimiento triunfante… Repito… colosal Movimiento triunfante, coma, César y Capitán de España. Cerrad exclamación, niños, y abrid ahora doble exclamación… ¡¡Salve!!... cerrad la doble exclamación”. Y ella cerraba el libro. Sor Aurelia, salve, ¿qué?, ¿a quién hay que salvar? Miguelito, pregúntale a tu padre, a ver qué te dice. Sor Aurelia, es que a mi padre no le gusta que en casa se mencione a Franco. No, si ya me sé yo esa canción; un día de estos me voy a hartar y mando a tu casa a quien yo me sé.

Otros días Sor Aurelia, después de la oración tempranera, sí, digo tempranera porque al dar las doce teníamos que rezar el Ángelus; otros días, digo, Sor Aurelia nos decía: Niños hoy vais a hacer una redacción. A mí me gustaba esa tarea porque me ponía a inventar cosas. Por ejemplo, si decía que la redacción fuera sobre las últimas vacaciones, pues yo me ponía a escribir que habíamos ido todos, mis padres y mis hermanos, a pasar una semana a Torrenueva, o a Salobreña, según me diera. Aunque fuera mentira. Aunque solo hubiéramos ido al Puente de la Sierra a pasar dos noches en la casa del tío Jacinto. Y escribía que habíamos tomado helados de fresa todas las tardes, menos un jueves que se habían acabado los de fresa y nos tuvimos que tomar uno de nata. Aunque la verdad hubiera sido que solo una de las noches que pasamos en el Puente de la Sierra, a la orilla del río, mi padre nos llevó a todos a “El Portazgo” y nos tomamos unos TriNaranjus, que se llamaban así esos refrescos porque el fabricante aseguraba que contenían el zumo de tres naranjas; vete tú a saber si era verdad. En la redacción yo ponía que me pasaba todas las mañanas y todas las tardes, hasta que el sol estaba tocando ya el agua, bañándome en el mar y que hacía muchos castillos de arena. Aunque la verdad fuera que los castillos los hacía en aire y que apenas me metía en el agua del río porque estaba muy fría y, además, mi madre siempre nos decía que no nos metiéramos muy adentro porque la corriente nos podía arrastrar. A mí me daba por imaginar que no sería tan malo que me arrastrara la corriente porque, por aquellos días, ya sabía yo que todos los ríos van a parar a la mar. Así podría conocerlo algún día y ya no tendría que fantasear en mis redacciones.

Ya digo, a mi gustaba mucho que Sor Aurelia nos pusiera a hacer redacciones. Además esos días, ella se sentaba en su sillón, dejaba reposar sus manos sobre su prominente vientre y a los pocos minutos la veíamos cabecear, que parecía que la enorme toca cobrara vida y fuera como si estuviera de verdad batiendo sus alas. Entonces Manolín se levantaba de su asiento, se ponía las manos extendidas a ambos lados de su cabeza y, en un remedo del cabeceo de la durmiente, provocaba el jolgorio general. Nosotros ahogábamos las risas tapándonos la boca con las manos y encogiendo la cabeza entre los hombros. De pronto Sor Aurelia, en uno de esos cabeceos más brioso, se incorporaba bruscamente y nos decía: Silencio, niños y seguid escribiendo.

Y yo seguía, y seguía, y seguía… 

 

Comentarios

  1. Genial Felipe,recordar es volver a vivir.

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  2. Evocador y sugerente que me ha hecho recordar El florido pensil. Me has metido en la escena. Me veo representando en Manolín.




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