A mi madre le gustaba cantar boleros de Antonio
Machín. Los entonaba para ir tirando, ni bien ni mal, pero a mí me gustaba
verla así, cantando; creo que en esos momentos, a pesar de mi corta edad, yo
percibía y participaba de su alegría. En esos momentos el azul del cielo me
parecía más azul. Ahora, con el paso de los años, sé que no todas las madres
del mundo cantan mientras tienden la ropa, ni cuando preparan la comida, ni
cuando peinan a sus hijos… Ahora sé que yo disfruté de una infancia afortunada,
a pesar de los berrinches que pillaba todos los años, cuando comprobaba que los
Reyes Magos se habían vuelto a olvidar de mi deseada Orbea.
¿Qué por qué cuento esto? Pues porque el otro
día, hablando con unos amigos salió a relucir los insultos racistas a Vinicius
Jr. Sí, ese, el delantero del Real Madrid que es negro como todos sabéis. Creo
que fue en un partido del Madrid contra el Valencia. Mis amigos comentaban
indignados que esos insultos eran muestras de racismo y que el partido debió de
suspenderse en esos momentos. Yo asentía con la cabeza y, sin saber muy bien
por qué, me puse a tararear “Angelitos negros”, tal como lo hacía mi madre cuando
nos preparaba la merienda. Y es que una de las canciones de Machín que mi madre
se sabía entera era esa, Angelitos Negros. Otras veces cantaba “El manisero” o
“Dos gardenias”, pero no atinaba con la letra completa, aunque yo no me daba
cuenta del fallo en aquellos días.
Esa tarde, cuando volví a mi casa, busqué en
internet la letra de Angelitos Negros y, como aún faltaba mucho tiempo para que
empezara el “Pasa palabra”, me entretuve buscando el origen de la famosa
canción.
Lo que mi madre nunca me contó, fue que Machín
era hijo de un español y que cuando vino a España, en 1939, se enamoró de una
sevillana —¡arsa mi arma, nene!— y se casó con ella cuatro años después y ya no
se fue de aquí. Ahora me explico por qué era tan querido en nuestra tierra. Tan
es así que en 2006, en Sevilla, se le levantó un monumento en el que figura con
traje de fiesta y sus inseparables maracas. Y fueron a plantarlo, cosa curiosa,
delante de la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, de “los Ángeles”,
¿pilláis el detalle?
El caso es que Machín no tenía ni idea de los
angelitos negros hasta que no oyó cantar el famoso bolero en boca de Toña la
Negra. Le gustó tanto que se empeñó en cantarlo él. Lo ensayó, supongo, durante
unas semanas y en 1947 lo grabó él por primera vez. Pero, ¿quién es el autor
del bolero? Ya veo que no fue Machín y sus maracas, ¿fue Toña? Pues tampoco.
Bueno, ya vemos que primero fue el poema. Luego
tuvo que haber alguien que le pusiera música y con unos cuantos tijeretazos lo
convirtiera en bolero. Ese fue el mexicano Manuel Álvarez Rentería, de apodo
“Maciste”. Y ¿qué hizo Don Manuel cuando terminó de escribir la letra y
partitura de la canción? Pues se la enseñó al más famoso actor y cantor
mexicano de aquellos días, a Pedro Infante que, cuando terminó de escucharla,
le dijo: “¡Órale güey, esto está chido! Tu eres un chingón de compositor. No
solo te lo voy a cantar, sino que también vamos a hacer un film que va a ser
algo perrón. ¡Ándale, vamos a por unas chelas para celebrarlo”.
Así que ese es el camino, empieza con Andrés
Eloy, le sigue Manuel Álvarez, luego va Pedro Infante, a continuación Toña la
Negra, le llega a Antonio Machín y de ahí a mi madre. Porque la versión que
cantaba mi madre era la de Machín. Todo lo anterior lo desconocía. Tampoco
sería consciente del sentido antirracista que encierra tanto el poema como la
canción de los negros angelitos.
Por todo eso la tarareé yo la otra tarde, cuando
salió a relucir en nuestra conversación los vergonzosos insultos con que la descerebrada
hinchada futbolera obsequió a Vinicius.
Y ahora, antes de poner el fin al rollo que os he
endiñado, añado que el propio Machín dijo que este bolero, el de los angelitos,
fue el único que cantó cuyo tema no tuviera nada que ver con los amores o
desamores.
Queda dicho.
Genialll
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