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Mostrando entradas de 2022

Otra Navidad igual

  “ He comido pavo, he comido pavo y todas las vecinas me tiran del rabo ”. Este irreverente villancico no se canta en los hogares decentes ni lo oímos en la televisión interpretado por empalagosos coros infantiles. Sin embargo, en mis años de adolescencia, al final de la cena de Nochebuena y después de haberse bebido media cosecha de Rioja, el tío Emilio lo cantaba sin tapujos, para sonrojo de la tía Manuela, mientras la chiquillería le acompañábamos con una murga de zambombas, panderetas y carracas. El tío Emilio era de los que decían: “Comer, beber y rascar, todo es empezar” y, ya digo, comía y bebía esa noche sin parar y se rascaba con insistencia la entrepierna mientras bailoteaba torpemente, con riesgo de caer redondo al suelo, al tiempo que repetía sin cesar su tema preferido: “ He comido pavo, he comido pavo y todas las vecinas me tiran del rabo ”. Unas horas antes de esa escena, todos mis hermanos, mis primos, mis primas y vecinitos, pertrechados con nuestros correspondien

Casi un diario, como diría mi vecino el listillo. Un día de perros. Domingo, 11 de diciembre de 2022

Día lluvioso y ventoso. Me ha despertado el silbido del viento que sopla con fuerza por las invisibles grietas de mis cristaleras, o de los cajones persianeros, o de quien sabe dónde. El aire que se cuela en el dormitorio es frío y húmedo. Bendita lluvia, pienso mientras me mantengo aún bien arrebujado con la manta, sin querer sacar los pies fuera  de ella. A mi lado, Maricarmen todavía suelta algún ronquido que otro. Es raro que aún siga dormida; ella es más madrugadora que yo. Vuelvo a bendecir la lluvia que, desde hace unos días, cae casi sin pausa sobre nuestros campos. La sequía se estaba prolongando demasiado tiempo. Los pantanos están casi vacíos y nunca falta alguien que diga que la culpa la tiene el Gobierno. Lluvia y viento, menos mal que es domingo y no hay que salir a trabajar. No lo digo por mí, que ya llevo mucho tiempo disfrutando de la jubilación, sino por aquellos esforzados trabajadores que aún contribuyen con sus cotizaciones a mantener mi pensión. Hoy apetece qued

Uno cuantos dientes de ajo.

A mi primo, el de Jamilena, no le gustan los ajos. No obstante fue él quien me informó, con cierto pesar y enfado, que hace unos días en su localidad habían robado de una nave industrial más de doscientos cincuenta kilos de ajos, los repartieron en pequeñas bolsas de plástico y las vendieron a un euro cada una. El caco era vecino de Andújar y un tanto confiado en que sus artes de mangante eran excelentes. Esto último lo digo porque el discípulo de Monipodio y autor del hurto, a los tres o cuatro días cayó en las manos de la Guardia Civil. Me imagino que los de verde, cual buenos sabuesos, solo tuvieron que seguir el rastro del «aroma» que tantísimas cabezas de ajo iban esparciendo a su alrededor. A mi primo, el de Jamilena, no le gustan los ajos y yo le llamo «Draculín» precisamente por su aversión a los bulbos de esa liliácea, pero como es un tanto lento de reflejos, no capta la ironía y siempre me pregunta que por qué puñetas lo tomo por un vampiro; en fin, ¡qué le voy a hacer! El ca

Ultimas voluntades

Cuando yo muera y me asignéis un estrecho ataúd, ¿qué se quedará aquí? Quizá mi huella en el cojín del sillón verde. Tal vez esa página del libro, con el pico doblado, donde interrumpí su lectura. Quizá la botella de brandi a medias. Tal vez se quede en mi mesa esa foto tuya en la que me sonríes y nunca quise enterrar en el álbum. Quizá la camisa a la que le perdí un botón cuando jugaba contigo, la de cuadritos azules. No me importa si todas esas cosas las dejáis fuera… Pero lo que no quiero que se quede aquí es el móvil y su cargador. Por favor, metédmelos en algún bolsillo del traje que me pongáis. Allí donde me vais a dejar, la vida es muy aburrida sin YouTube o WhatsApp . Espero que haya cobertura, porque si no…

Una mañana caprichosa

  Elegí ese café porque los veladores de la terraza eran «a la antigua», con superficie redonda de mármol blanco y pie de hierro pintado de negro. La mañana era aún fresca. Domingo y sin tráfico. Silencio, dentro de lo que cabe. Enfrente, los álamos del parque. Algún gorrión en el suelo, picoteando migajitas de pan caídas. El mármol del velador era la página en blanco de la   despreocupación. Pedí un café cortado. Saqué del bolso los Articuentos , de Millás, prometiéndome una sosegada lectura. Sin saber de dónde ni como (tan enfrascado estaba en la lectura), salido de la nada, apareció un hombre sentado ante mí y mirando la mesa. Era calvo, regordete, de cara sonrosada. Llevaba chaqueta arrugada de lino, de un color amarillo grisáceo. El rostro y la frente empapados de sudor repulsivo. –Oiga, hay muchas mesas libres, puede sentarse en cualquiera de ellas, ¿por qué se ha sentado en la mía? –Me gusta esta mesa –me dijo mientras se secaba el sudor de la cara con un mugriento pañuelo

Casi un diario, como diría mi vecino el listillo. El día de los Fieles Difuntos y la historia de Victor Noir. Martes 1 de noviembre de 2022

 Ayer, entre las ocho de la tarde y las once de la noche, llamaron a la puerta de mi casa al menos en tres ocasiones. Las tres veces eran grupos de niños y niñas disfrazados, con mayor o menor acierto, de brujas, zombis, esqueletos o pequeños condes Drácula. La última vez no les abrí porque oí la algarabía que traían y no quería interrumpir el hilo de la película de Netflix que estaba viendo. En las dos anteriores veces, nada más abrir la puerta, me espetaron a coro la cansina y equívoca frase de «Truco o trato». Tentado estuve de preguntarles que querían decir con esas tres palabras. Tan influenciados estamos por el cine norteamericano que repetimos, bobaliconamente, en una mala traducción del inglés lo que los niños estadounidenses dicen la noche del 31 de octubre cuando van de casa en casa en busca de caramelos. Ellos dicen « Trick or treat » que se traduce como «susto (trick) o dulce/regalo (treat)». Lo que buscan los niños es que el adulto que abra la puerta elija entre darles un

Historias bíblicas para profanos: Lo de Adán y Eva.

Adán se despertaba muy pronto, casi con las primeras luces, miraba a derecha e izquierda, bostezaba, se estiraba un buen rato, volvía a bostezar y, por fin, se levantaba del lecho excavado en la blanda arena en el que, la noche anterior, había extendido una suave capa de fresca y fragante hierba. Orinaba en cualquier parte, luego se acuclillaba en la orilla del río, acuencaba las manos y las llenaba de fresca agua incolora, inodora e insípida como eran entonces todas las aguas existentes. La bebía. Se acercaba al peral, o al ciruelo, o al naranjo (nunca al manzano) siempre cargados de frutos y arrancaba dos o tres piezas. Se las comía despacio, sin prisas. Tenía todo el día para no hacer nada. Si se animaba, a lo mejor dedicaba un rato a tratar de enseñar a ese animal que se le arrimaba con insistencia, parecido al lobo, pero más dócil, a que le diera la pata cuando él le tendiera su mano.   Había terminado ya de poner nombre a todos los animales (menos a ese que se le parece al lobo

Casi un diario, como diría mi vecino el listillo. Jueves, 12 de mayo de 2022

  Hoy he ido a recoger a mi nieta Elena al colegio. Normalmente va en el autobús escolar hasta su casa, pero hoy no habría nadie esperándola allí. Sus padres han avisado a primera hora de la mañana de que iría yo a por ella. Me he tenido que identificar y firmar en un papel antes de que me la entregaran. Me parece bien estas medidas de seguridad, aunque a alguno le puedan parecer engorrosas. Años atrás, cuando Elena iba a la guardería, no tenía que firmar ni avisar con antelación de que iría yo a recogerla. Claro que no, porque lo habitual es que fuéramos a por ella Maricarmen o yo, uno de los dos, y las cuidadoras ya nos conocían. Yo disfrutaba yendo a recogerla. Elena aún no había cumplido los cuatro añitos. Yo llegaba unos minutos antes de la hora y me quedaba mirando por el exterior de la ventana como jugaban, como reían, alguno lloraba, otro con los mocos a punto de metérsele en la boca (¡este mocoso es un diablillo!, decía mi abuelo refiriéndose a mi hermano José), dos peleándo

Casi un diario, como diría mi vecino el listillo. Lunes, 9 de mayo de 2022.

  Esta mañana he ido a mi dentista de siempre. Hace más de dos años que ha cambiado la imagen de su consulta. Antes se anunciaba al exterior solo con un discreto rótulo en la jamba derecha de la puerta de acceso al edificio. En el figuraba su nombre, precedido por el tratamiento de doctor, y seguido por las palabras, que podrían sonar como intimidatorias, «estomatólogo y endodoncista». En la línea de abajo aparecía el piso y la puerta de la consulta. Pero, como digo, desde hace algo más de dos años se anuncia con una gran placa en la que, con letras azul celeste, se lee «Clínica dental. Endodoncia. Ortodoncia. Implantes». En la segunda línea sigue apareciendo el nombre de mi dentista, y en una tercera línea, pero con letra de menor tamaño, el nombre de su hija que es quién aporta las nuevas tecnologías y será la que algún día, cada vez más cercano, borre de la placa el nombre de su padre y deje solo el suyo aunque, eso sí, a mayor tamaño de letra del que ahora tiene. Bueno, el caso es

Casi un diario, como diría mi vecino el listillo. Miércoles, 4 de mayo de 2022

  Esta mañana hemos ido al hospital, a Urgencias. Maricarmen tiene el ojo derecho muy enrojecido y el párpado edematoso. Le duele. Desde hace más de siete años ese ojo le viene dando muchos problemas. Todo a raíz de un desafortunado golpe que recibió. Quizá, en otra ocasión, cuente con detalle ese suceso. El caso es que hoy nos ha atendido una oftalmóloga muy amable y competente. Ha conseguido que nos sintiéramos seguros y confiados. Iba acompañada de un médico residente, creo que de segundo año, que ha estado muy atento a todo lo que la oftalmóloga hacía y decía. En el año mil novecientos setenta y seis, yo era ese médico residente de segundo año. Hacía tan solo unos pocos meses que a España se la llamaba Reino. Aquí, en este punto, los que ya tenéis cierta edad, haced una pausa, dejad de leer y tratad de evocar que hacíais, que pensabais, que sentíais en aquellas fechas, 1975, 1976, 1977... Tratad de recordad cómo era vuestra calle, vuestro dormitorio, la cocina sin placa de inducc

Casi un diario, como diría mi vecino el listillo. Domingo 8 de mayo de 2022.

A pesar de ser domingo, he madrugado. He salido a mi terraza a cuidar de mis plantas, de mis flores. Estallido de colores, rosas, amarillos, naranjas, rojos, púrpuras, blancos… Son mis rosales, con su aroma tímido, escondido debajo del penetrante y dulce perfume de las clavellinas, este año de un solo color. Luce el sol ya cálido a estas tempranas horas. Pero sopla un fuerte viento que estropea mis preciosas rosas. «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va». Eso dice San Juan en su Evangelio . Este viento mío siempre azota del oeste, a veces es cierzo, otras, céfiro. ¿Serán las mías esas rosas de los vientos que ilustran tanta cartografía? ¿Qué rumbo me están indicando? Lluvia de pétalos, prematuramente desprendidos, aun sin marchitar. Pétalos que brotaron tan solo hace pocos días y hoy rotos están. Me consuelo recordando aquello que dijo Rabindranath Tagore (leerlo era obligado en mis años de Universidad): « Aunque le arranques los