Ir al contenido principal

Otra Navidad igual

 

He comido pavo, he comido pavo y todas las vecinas me tiran del rabo”.

Este irreverente villancico no se canta en los hogares decentes ni lo oímos en la televisión interpretado por empalagosos coros infantiles. Sin embargo, en mis años de adolescencia, al final de la cena de Nochebuena y después de haberse bebido media cosecha de Rioja, el tío Emilio lo cantaba sin tapujos, para sonrojo de la tía Manuela, mientras la chiquillería le acompañábamos con una murga de zambombas, panderetas y carracas. El tío Emilio era de los que decían: “Comer, beber y rascar, todo es empezar” y, ya digo, comía y bebía esa noche sin parar y se rascaba con insistencia la entrepierna mientras bailoteaba torpemente, con riesgo de caer redondo al suelo, al tiempo que repetía sin cesar su tema preferido: “He comido pavo, he comido pavo y todas las vecinas me tiran del rabo”.

Unas horas antes de esa escena, todos mis hermanos, mis primos, mis primas y vecinitos, pertrechados con nuestros correspondientes y ruidosos instrumentos “musicales”—por llamarlos así con cierta benevolencia—, habíamos pasado la tarde llamando de puerta en puerta de la vecindad y, apenas se abrían, desafinábamos a coro esta otra letrilla: “Si no me das el aguinaldo, al Niño le voy a de pedir que te dé un dolor de muelas que no te deje dormir. ¡Al kirikikí, al kirikicuando de aquí no me voy sin el aguinaldo!”

Hoy lo de pedir el aguinaldo ha sido desplazado por el aburrido e insulso “Truco o trato”, frase de difícil interpretación, a no ser que estés informado de que lo que dicen los chavalines de ahora es una mala traducción, pésima traducción, de lo que dicen los niños de habla anglosajona («trick-or-treat») que deberíamos haber traducido por “broma o regalo”, pero eso, me temo que ya es batalla perdida.

Y ya hoy, día 30 de diciembre, solo nos queda como fiesta familiar la despedida del año viejo y bienvenida al nuevo. ¡Menos mal que estas fiestas “tan entrañables” son una vez al año! Mañana, después de oír las doce campanadas —siempre hay alguien bien intencionado que avisa con mucho énfasis de que las primeras que suenan son “los cuartos” y que con esas no se toman las uvas— y después de, como todos los años, no haber podido yo tragar más de cinco uvas, volveremos a abrazarnos y besarnos —¡Feliz año nuevo!, mua, mua, ¡Feliz año nuevo!, mua, mua— para, seguidamente, pasearnos con dos botellas, una en cada mano, y preguntaremos a cada uno de los invitados: “¿Cava o sidra?”

Brindaremos y alguien, como todos los años, gritará “Año nuevo vida nueva” —como si fuéramos serpientes que cada año mudan de camisa y nos pudiéramos desprender, así con una sacudida de hombros, de todo aquello que en el pasado año se nos ha quedado estrecho y nos oprime— y entonces ese sempiterno invitado se empeñará, como todos los años, en averiguar cuáles son nuestros propósitos para el 2023 y si hemos cumplido los que nos prometimos el año pasado.

Pues yo este año le voy a decir que no cumplí ninguno de mis propósitos del año pasado porque estaba muy contento con mi vida, la de siempre, la de toda la vida, si se me permite esa redundancia, y que para el año 2023 me propondré… lo que diga mi mujer. Ja, ja, ja.

Por cierto, mañana me contáis cuales han sido vuestros propósitos para el año que viene, si es que tenéis alguno, vamos, que yo no quiero incordiar, faltaría más… Que no quiero parecerme al invitado impertinente de todos los años. Bueno…, que ya me conocéis. Y no digo más. Ah, sí, otra cosa, que no me ha tocado la lotería…, como todos los años. Lo que digo al principio: otra Navidad igual.


Comentarios

  1. Genial Felipe,cómo siempre tan " jaenero"

    ResponderEliminar
  2. Maravilloso. No conocia yo ese primer villancico, ji ji ji.
    Feliz año nuevo.

    ResponderEliminar
  3. Me gustan las navidades que son casi siempre lo mismo, aunque cada año que pasa las hacemos un tanto diferentes, casi siempre falta alguien que echamos de menos, Feliz año nuevo

    ResponderEliminar
  4. Recuerdos imborrable de nuestra generacion, al lado de aquellas personas que ya no están pero sieguen en nuestra memoria.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un café bien amargo

  Cualquier persona con dos dedos de frente entendería los motivos que me llevaron a hacer lo que hice. Es más, con mucha probabilidad lo aplaudiría. Por eso no comprendo al comisario que se empeña en llamarme psicópata descerebrado. Sigue opinando que oculto el verdadero motivo y hoy, por enésima vez, me ha vuelto a pedir que le contara lo sucedido. Y, ya puestos, ahora te lo voy a contar a ti. Porque de algo habrá que hablar, digo yo, mientras estamos aquí los dos encerrados, mano sobre mano y sin nada que hacer. A ver si así te cambia la cara, que no has abierto el pico en las veinticuatro horas que llevamos juntos, que pareces la momia de Tutankamón, hombre. Para que te enteres, ayer le conté al comisario toda la historia. Antes me habían interrogado varios de sus colegas. Después él mismo. Tres horas sin parar. Bueno, pues hoy va y me vuelve a llevar a su despacho y me pide que se lo cuente todo otra vez. Me quita la esposas y me ofrece un cigarrillo. “Toma Martínez, a ver si esta

UN DÍA EN EL COLE

Sor Aurelia era mofletuda y rechoncha. Recuerdo que yo me decía al mirarla desde mi pupitre que las alas de su toca, por muy grandes que fueran y por muy fuerte que las batiera, no podrían levantarla ni un palmo del suelo. A primera hora de la mañana nos hacía rezar un padre nuestro o un ave maría, ya no me acuerdo, pero rezar sí que rezábamos algo, de eso sí que me acuerdo. Después, unos días repasábamos la tabla de multiplicar y otros días sacábamos los cuadernos Rubio de caligrafía y nos decía: Hoy toca practicar la letra bonita, que vaya mamarrachos de letras me hacéis. Yo iba por el número dos, el que tenía en la portada un soldado romano montado en su cuadriga, que más tarde supe que no era cuadriga sino biga. Pero entonces todos nosotros la llamábamos cuadriga. A mí me gustaba mucho esa ilustración de la portada y me imaginaba que era yo el intrépido y valiente soldado que fustigaba a esos vigorosos caballos y que sentía como mi capa roja, todas las capas de los romanos eran roj

Un dios descontento.

Hay dioses para todos los gustos. Por ejemplo, los antiguos dioses griegos y sus secuelas romanas como los libidinosos Zeus-Júpiter que no paraban mientes en distinguir entre diosas o simples mujeres mortales a la hora de beneficiárselas. Todas caían. Hay dioses feos y lisiados como Hefesto, tanto que su propia madre Hera lo tiró al mar nada más nacer. Hay diosas apropiadas para los ecologistas como la nórdica Jord, que cuando no andaba cuidando de la Naturaleza, se metía en la cama de Odín y, claro, acabó pariendo a Thor que cuando se enfadaba su voz era un trueno. Hay dioses como Ganesha que, aunque al principio te eche para atrás ver que tiene cabeza de elefante y cuatro brazos, si le rezas con devoción y fe te propicia buena fortuna y te va eliminando obstáculos en los comienzo de tu negocio. Hay también numerosos dioses médicos, como Ixtlilton a quién los aztecas acudían y bebían de su agua tlílatl (lo que quiere decir agua negra) cuando pillaban un resfriado o una cagalera o les