Aquí sigo, en esta ciudad a los pies del castillo, en esta ciudad que me vio nacer. Aquí sigo, haciéndome cada día más viejo, aunque me resista, aunque me engañe diciéndome que aún es la primera vez en muchas cosas, aunque me traicione negando mi costal repleto de tantas mentiras.
Aquí sigo, en esta ciudad con sus calles estrechas y empinadas; con sus puertas la mitad abiertas, la mitad cerradas; con sus luces y sus sombras; con sus gorriones y sus cucarachas; con sus tabernas y sus iglesias; con sus hombres aceitunados y sus mujeres con miradas de rímel; con su cruz, allá en todo lo alto y sus olivos, allá en todas partes.
Aquí sigo, en esta ciudad que me verá rígido y frío, inmóvil y agobiado por la estrechez de la madera. En esta ciudad que, cuando cierren la caja dejándome totalmente a oscuras, ella, mi ciudad, ya habrá empezado a olvidar que fui su fiel amante y que siempre llevé su nombre, como pirsin de oro, prendido en mi lengua.
F.M.M.
Deja las notas necrológicas para la próxima década y sigue tan borgiano como en ek anterior post. Salud.
ResponderEliminarFelipe de Jaén, así debe llamarse,quien como tú llevas Jaén en su corazón y en su lengua
ResponderEliminar