Jueves 25. A Lola se le ha metido entre ceja y ceja que este fin de semana vayamos a la playa. A mí no me apetece mucho que digamos, pero al final estoy seguro de que iremos. Llevamos cuatro meses viviendo juntos, así que todavía no me atrevo a llevarle la contraria de una manera decidida. He opuesto una leve resistencia al decirle que este fin de semana se preveía mucho tráfico, pero me ha contestado: “No importa, iremos más despacio”.
La verdad es que ayer se inició el curso sobre técnica de escritura, al que un mes antes me había inscrito, y me han mandado la primera tarea que consiste en crear una historia basándome en una greguería de mi invención. Por eso me apetece quedarme este “finde” en casa pensando sobre el tema. No tengo ni zorra idea de por dónde empezar. Hace años ojeé una antología de Ramón Gómez de la Serna. Sus greguerías me parecieron ocurrentes, no todas, y me dije que eran bastante más fáciles de escribir que una novela o un artículo de prensa. Para Ramón debieron de suponer las tonterías que se le ocurren a uno mientras toma una copa con los amigos en el bar de la esquina, es más, quizá alguna de ellas no fuera suya y se le hubiera ocurrido al barman que les oía mientras les servía las bebidas, vete tú a saber. Les quité importancia.
Viernes 26. Esto de inventar greguerías es más difícil de lo que pensaba. He cambiado de parecer sobre la obra de Ramón. Sigo sin saber por dónde empezar. En el trabajo el jefe me ha dicho que me veía “más en las batuecas que otras veces” y ha añadido un “ten cuidado” que me ha dejado algo inquieto. ¡Así como coño voy a pensar en frasecitas ingeniosas! A la vuelta a casa Lola me ha puesto un bocata de jamón con aceite y tomate en la mano y me ha dicho: “Cómetelo rápido que salimos en media hora, antes de que nos topemos con la avalancha de coches hacía la playa”. Me he atrevido a insinuarle lo del curso de escritura; que me apetecía quedarme haciendo “los deberes” que me habían mandado. Me ha espetado: “¡Te dije que ese curso me parecía una chorrada y además caro! ¡Has pagado casi 300 euros por una tontería! Con ese dinero podíamos haber comprado la lámpara del dormitorio y quitar de una vez la asquerosa bombilla monda y lironda que tenemos y aún nos sobraba para unas cervecitas con gambas al ajillo”. Yo pienso que si nos quedamos en casa en lugar de ir a Estepona, podríamos ahorrar para la lámpara, pero no se lo he dicho. A las 15:47 horas exactamente, estamos saliendo en nuestro Seat Ibiza camino de la playa tan llena de pegajosa arena.
Sábado 27. No he podido dormir en toda la noche dándole y dándole vueltas y más vueltas a la cabeza con las putas greguerías. Para colmo no ha habido polvo. Empiezo a creer que gastarme lo que me he gastado en esto del curso de escritura no ha sido acertado.
Domingo 28. Anoche estuvimos tapeando por varios chiringuitos muy “apañaos”. Probamos un estupendo tartar de atún rojo francamente bueno. Luego fuimos a un bar de copas y nos tomamos un par de mojitos mientras oíamos una no demasiado estridente salsa. Después hubo polvo. Puntuación 8,5 sobre 10.
A las 16:25 emprendemos el regreso. Al llegar al túnel de La Cerradura vemos las luces centelleantes de una ambulancia, de la policía y de los bomberos. Había ocurrido un accidente. Lola me dice con mucho ímpetu que paremos. Ella es enfermera y siempre está dispuesta a echar una mano en situaciones como esta. Al parecer, el conductor del coche accidentado intentó adelantar al que iba por delante pero, en mitad de la maniobra, se le cruzó un animal, parecía un gato o quizá un conejo. Hizo un viraje brusco para evitarlo y se estrelló contra la pared del túnel, justo a la salida del mismo. El coche ha quedado como un acordeón. Las puertas han quedado empotradas en la carrocería y no se pueden abrir de ninguna manera. Hay sangre en los cristales del coche. Lo ocupan dos personas. Un hombre de unos 50 años, calvo, con bigote más cano que bruno y una mujer, más o menos de la misma edad, mofletuda y con unos buenos mondongos. Milagrosamente están vivos y conscientes. Nadie lo diría al ver cómo ha quedado el coche. No parece que estén gravemente heridos. Ambos tienen el rostro cubierto de sangre. Ella gesticula aparatosamente y golpea con energía los cristales de la ventanilla. Parece como si los dos estuvieran llorando o hubieran llorado.
Por fin los bomberos consiguen abrir el techo del coche con una gran sierra que pareciera un abrelatas gigante. Con rapidez pero con mucho cuidado, sacan primero al hombre que no suelta de su mano izquierda un peluquín de color castaño y que trata, torpemente, de colocarse en la cabeza. Me tapo la boca para que no se me vea la risa. Con más dificultad, los bomberos introducen sus manos por la abertura que han hecho, tienen que cortar el cinturón de seguridad que se había atascado y mantenía a la mujer unida al asiento como si fuera el cordón umbilical que la sostenía viva. Uno de ellos la sujeta por la cabeza y comienza a levantarla mientras otro pasa una cinta por debajo de sus axilas y entre tres o cuatro, tirando y agarrando por dónde pueden esos casi 120 kilos de humanidad, consiguen que la mujer emerja enterita, cubierta toda ella de sangre y de un líquido que podría ser orina. Con las manos juntas y entrelazadas y los ojos llenos de lágrimas, la mujer no para de decir, mejor dicho, de gritar: ¡Dios mío, Dios mío, hoy hemos vuelto a nacer!
En ese momento me quedó petrificado. Noto una taquicardia y en mi retina se graba una imagen. Veo la boca del túnel, negra, como puerta que se abre a otro mundo. Otro mundo que está en el interior de una gran montaña. Una montaña que parece emitir gemidos cuando el viento, que de repente se ha levantado, pasa entre sus arbustos. Se me antoja un enorme monte de Venus. Veo rastros de sangre. Veo el amasijo de lata en que ha quedado hecho el coche. Veo a la mujer que, aun manchada de rojo, sigue diciendo “¡Dios mío, Dios mío, hoy hemos vuelto a nacer!”.
Salgo corriendo adonde está Lola y, muy excitado, le digo: “¡Lola, lo tengo, lo tengo!”. Algo asustada, me pregunta que qué es lo que tengo. “La greguería, la greguería. Atiende, atiende: El túnel es la vagina por dónde la montaña pare turistas enlatados.
Ella mueve la cabeza de un lado a otro y dice: “Tú siempre a lo tuyo. No sé cómo puedes pensar en esas zarandajas en situaciones como esta”. Yo me retiro a nuestro Seat Ibiza sonriendo, mientras me digo satisfecho que, pese a todo, la greguería es perfecta.
Muy interesante, curioso y original. Con toque ácido y algo de humor negro. Enhorabuena, tío. A continuar escribiendo
ResponderEliminarUnos escritos titulados "La Greguería" entretenidos están muy bien y con un toque de humor entreverado con un dialecto común que los hace interesantes. Enhorabuena
ResponderEliminarFelipe . Muy bien estos escritos que te llevan a esa greguería que buscabas.Estupendo. Enhorabuena. Saludos
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