Ir al contenido principal

La risa de una niña

     Una risa auténtica solo se tiene en la infancia. Después, de adulto, las risas no son tan francas. Siempre esconden un “me río, pero…”



     ¿Quién podría saber todas las palabras que hacen reír a un niño de esa manera? Sólo alguien que sea capaz de protegerlo con un abrazo. Alguien que cubra sus manos con el calor de su propia mano. Alguien que, ¿os habéis fijado?, sea capaz de ponerse a su misma altura para poder mirarlo cara a cara. Entonces el niño se reirá como sólo él sabe hacerlo. Y te mirará, pero no queriendo desprenderse de la mirada a quien se ha hecho niño como él. Te observará, casi inconscientemente, para comprobar si tú también te ríes, si tú también eres feliz como él. Y entonces te das cuenta de que sí, de que tú también eres dichoso sólo por presenciar esa alegría, ese momento de amor. 


***


La foto tiene más de treinta años. Son mi padre y mi hija Patricia. Hoy, mi padre ya no está y mi hija es toda una mujer, pero yo los recuerdo aún con la misma emoción de aquél día y, mirando esa imagen, el tiempo retrocede y vuelvo a sentir que tengo toda una vida por delante.

Comentarios

  1. Esa foto podría ser la imagen que se corresponde con los versos del soneto que dedicó a su primera nieta, y que empieza así:
    ¿De dónde vienes tú, de dónde vienes,
    imagen recobrada, espejo mío,
    al eterno fluir del viejo río
    en el que tú, pasando, te contienes?

    ResponderEliminar
  2. Qué tierna la imagen, y qué bien descrita.
    Bien podría yo poner al lado otra imagen con otro abuelo y otra nieta, pero de ayer o de hace un mes. No son muy diferentes de estos dos, las risas iguales.

    ResponderEliminar
  3. ¿Qué me estaría diciendo el abuelo? Siempre tenía cosas muy interesantes que contarnos. Se inventaba cuentos sobre la marcha, nos explicaba teorías, acontecimientos, historias siempre "mirándonos cara a cara". Y a nosotros, sus nietos, nos encantaba escucharle.
    Gracias por continuar tú la buena costumbre de contar cuentos. ¡Aquí estaremos leyéndote!

    ResponderEliminar
  4. ... ¡¡incluso los que aún no te conocemos en persona sino por los hijos!! :)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un café bien amargo

  Cualquier persona con dos dedos de frente entendería los motivos que me llevaron a hacer lo que hice. Es más, con mucha probabilidad lo aplaudiría. Por eso no comprendo al comisario que se empeña en llamarme psicópata descerebrado. Sigue opinando que oculto el verdadero motivo y hoy, por enésima vez, me ha vuelto a pedir que le contara lo sucedido. Y, ya puestos, ahora te lo voy a contar a ti. Porque de algo habrá que hablar, digo yo, mientras estamos aquí los dos encerrados, mano sobre mano y sin nada que hacer. A ver si así te cambia la cara, que no has abierto el pico en las veinticuatro horas que llevamos juntos, que pareces la momia de Tutankamón, hombre. Para que te enteres, ayer le conté al comisario toda la historia. Antes me habían interrogado varios de sus colegas. Después él mismo. Tres horas sin parar. Bueno, pues hoy va y me vuelve a llevar a su despacho y me pide que se lo cuente todo otra vez. Me quita la esposas y me ofrece un cigarrillo. “Toma Martínez, a ver si esta

UN DÍA EN EL COLE

Sor Aurelia era mofletuda y rechoncha. Recuerdo que yo me decía al mirarla desde mi pupitre que las alas de su toca, por muy grandes que fueran y por muy fuerte que las batiera, no podrían levantarla ni un palmo del suelo. A primera hora de la mañana nos hacía rezar un padre nuestro o un ave maría, ya no me acuerdo, pero rezar sí que rezábamos algo, de eso sí que me acuerdo. Después, unos días repasábamos la tabla de multiplicar y otros días sacábamos los cuadernos Rubio de caligrafía y nos decía: Hoy toca practicar la letra bonita, que vaya mamarrachos de letras me hacéis. Yo iba por el número dos, el que tenía en la portada un soldado romano montado en su cuadriga, que más tarde supe que no era cuadriga sino biga. Pero entonces todos nosotros la llamábamos cuadriga. A mí me gustaba mucho esa ilustración de la portada y me imaginaba que era yo el intrépido y valiente soldado que fustigaba a esos vigorosos caballos y que sentía como mi capa roja, todas las capas de los romanos eran roj

Un dios descontento.

Hay dioses para todos los gustos. Por ejemplo, los antiguos dioses griegos y sus secuelas romanas como los libidinosos Zeus-Júpiter que no paraban mientes en distinguir entre diosas o simples mujeres mortales a la hora de beneficiárselas. Todas caían. Hay dioses feos y lisiados como Hefesto, tanto que su propia madre Hera lo tiró al mar nada más nacer. Hay diosas apropiadas para los ecologistas como la nórdica Jord, que cuando no andaba cuidando de la Naturaleza, se metía en la cama de Odín y, claro, acabó pariendo a Thor que cuando se enfadaba su voz era un trueno. Hay dioses como Ganesha que, aunque al principio te eche para atrás ver que tiene cabeza de elefante y cuatro brazos, si le rezas con devoción y fe te propicia buena fortuna y te va eliminando obstáculos en los comienzo de tu negocio. Hay también numerosos dioses médicos, como Ixtlilton a quién los aztecas acudían y bebían de su agua tlílatl (lo que quiere decir agua negra) cuando pillaban un resfriado o una cagalera o les