Ir al contenido principal

Cante

Hoy muestro una breve nota de la obra de un poeta local con especial significado para mí.
Hablo de mi padre, Felipe Molina Verdejo.
Fue un maestro en el arte de escribir sonetos, sin embrago lo que ahora expongo aquí es una copla, que se publicó en el numero 5 de la revista "Senda de los Huertos" (año 1987), y la traigo ante vuestros ojos por lo inusual que fue este tipo de estrofa en su obra.
Espero que os guste.


CANTE

Nadie lo sabe,
cuál fue la cuna del cante
nadie lo sabe.

El cante nació aquel día
que un hombre quiso contarle
al aire lo que sufría.

Y a solas,
detrás de la yunta, a solas,
lloró una copla.

La copla subió arrastrando
por su garganta,
apuñalada de ayes,
negros jirones del alma.

En cada nota,
más que armonías para el viento,
iba cayendo una gota
de su corazón sediento.

¡Ay, copla de aquel primer
cantaor desconocido!
¡Ay, quién pudiera tener
el gozo de haberla oído!...

¿El gozo?, ¡no!, que la pena,
porque el cantaor es siempre
el actor de su tragedia.

Ni popular, ni elegante...
¡el cantaor, siempre solo
con el dolor de su cante!

¡Siempre solo, desde el día
que quiso escribir en aire
la muerte que le roía
por dentro, sin verla nadie!


Felipe Molina Verdejo

Publicado en “Senda de los Huertos” – Enero 1987

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un café bien amargo

  Cualquier persona con dos dedos de frente entendería los motivos que me llevaron a hacer lo que hice. Es más, con mucha probabilidad lo aplaudiría. Por eso no comprendo al comisario que se empeña en llamarme psicópata descerebrado. Sigue opinando que oculto el verdadero motivo y hoy, por enésima vez, me ha vuelto a pedir que le contara lo sucedido. Y, ya puestos, ahora te lo voy a contar a ti. Porque de algo habrá que hablar, digo yo, mientras estamos aquí los dos encerrados, mano sobre mano y sin nada que hacer. A ver si así te cambia la cara, que no has abierto el pico en las veinticuatro horas que llevamos juntos, que pareces la momia de Tutankamón, hombre. Para que te enteres, ayer le conté al comisario toda la historia. Antes me habían interrogado varios de sus colegas. Después él mismo. Tres horas sin parar. Bueno, pues hoy va y me vuelve a llevar a su despacho y me pide que se lo cuente todo otra vez. Me quita la esposas y me ofrece un cigarrillo. “Toma Martínez, a ver si esta

UN DÍA EN EL COLE

Sor Aurelia era mofletuda y rechoncha. Recuerdo que yo me decía al mirarla desde mi pupitre que las alas de su toca, por muy grandes que fueran y por muy fuerte que las batiera, no podrían levantarla ni un palmo del suelo. A primera hora de la mañana nos hacía rezar un padre nuestro o un ave maría, ya no me acuerdo, pero rezar sí que rezábamos algo, de eso sí que me acuerdo. Después, unos días repasábamos la tabla de multiplicar y otros días sacábamos los cuadernos Rubio de caligrafía y nos decía: Hoy toca practicar la letra bonita, que vaya mamarrachos de letras me hacéis. Yo iba por el número dos, el que tenía en la portada un soldado romano montado en su cuadriga, que más tarde supe que no era cuadriga sino biga. Pero entonces todos nosotros la llamábamos cuadriga. A mí me gustaba mucho esa ilustración de la portada y me imaginaba que era yo el intrépido y valiente soldado que fustigaba a esos vigorosos caballos y que sentía como mi capa roja, todas las capas de los romanos eran roj

Un dios descontento.

Hay dioses para todos los gustos. Por ejemplo, los antiguos dioses griegos y sus secuelas romanas como los libidinosos Zeus-Júpiter que no paraban mientes en distinguir entre diosas o simples mujeres mortales a la hora de beneficiárselas. Todas caían. Hay dioses feos y lisiados como Hefesto, tanto que su propia madre Hera lo tiró al mar nada más nacer. Hay diosas apropiadas para los ecologistas como la nórdica Jord, que cuando no andaba cuidando de la Naturaleza, se metía en la cama de Odín y, claro, acabó pariendo a Thor que cuando se enfadaba su voz era un trueno. Hay dioses como Ganesha que, aunque al principio te eche para atrás ver que tiene cabeza de elefante y cuatro brazos, si le rezas con devoción y fe te propicia buena fortuna y te va eliminando obstáculos en los comienzo de tu negocio. Hay también numerosos dioses médicos, como Ixtlilton a quién los aztecas acudían y bebían de su agua tlílatl (lo que quiere decir agua negra) cuando pillaban un resfriado o una cagalera o les