Preámbulo
El hombre
suele poner puertas en todos los lugares. Las pone por miedo. Las pone por
vergüenza. Las pone por imitación. Las pone por doquier.
Hay puertas de muy diversos
materiales: de madera, de hierro, de vidrio…, de sol.
Hay puertas que se abren a la
derecha, otras a la izquierda; puertas que se abren hacia afuera, otras hacia
adentro…, algunas se abren a la esperanza.
Hay puertas siempre abiertas… para unos
pocos escogidos. Otras siempre cerradas… para casi todas las personas.
El hombre, qué cosa tan absurda, pone
puertas incluso en su propia casa, como si quisiera limitarse el libre acceso a
las habitaciones que, pese a la puerta que le impide el paso, siguen siendo
suyas, le pertenecen y están a su disposición. Tal vez las cierra porque sabe
que en una de ellas, allí en un rincón agazapada, le espera la muerte. Un día
tendrá que abrir esa puerta y se preguntará por qué no le hizo un agujero, como
gatera, siempre abierto para que la rata que lo iba a matar, pudiera escapar.
Pasos a
seguir para abrir una puerta
La puerta
debe estar previamente cerrada. En el caso de que ya estuviera abierta,
puede saltarse los pasos que siguen e ir directamente al quinto punto de esta
enumeración.
Primero:
deberá observar la puerta y encontrar el
punto donde hay una pequeña ranura o
abertura, de variadas dimensiones y formas, en la que debe de encajar el
instrumento apropiado. A partir de ahora nos referiremos a esa ranura o
abertura en la puerta con el nombre de cerradura.
Segundo: el
instrumento al que nos referimos es una
pieza de tamaño variable que no suele sobrepasar los diez cm de longitud,
de consistencia dura, ya que suele estar
hecha con aluminio, hierro o cualquier otra aleación de metales. En uno de sus
lados tiene practicadas unas muescas en forma de caprichosa serrezuela. A
partir de ahora llamaremos a este instrumento con un nombre elegido al azar,
por ejemplo, llave.
Tercero: usted
tiene que tener en su poder esa llave. Si no la tiene en ese momento, tendrá
que buscarla porque si no, la puerta no se abrirá. No obstante, hay excepciones
y algunas personas muy habilidosas, pueden abrir la puerta manipulando en la
cerradura con una horquilla del pelo que no se considera, por acuerdo
universal, una llave. Otras personas, no tan habilidosas, en el caso de no
disponer de una llave apropiada, consiguen abrir la puerta por el método
expeditivo y violento de darle una patada o coz. Esto tampoco es una llave al
uso. Aunque en la práctica de ciertas artes marciales, a esos golpes violentos y empujones
al adversario se les llame también llaves.
Cuarto: coja
el instrumento llamado llave con la mano (derecha o izquierda, da igual, eso
depende de con cuál tenga más habilidad), y proceda a introducirlo en la ranura
de la puerta que hemos llamado cerradura. Tenga la precaución de introducirla
con el lado de muescas en forma de serrezuela hacia abajo. Cuando haya metido la llave hasta la bola, gírela con suavidad
hacia un lado. Si ve que no le es posible, gírela hacia el lado contrario. Si
tampoco gira, es que se ha equivocado de llave. Busque otra llave y pruebe
suerte otra vez. A veces no se consigue hasta el quinto o decimoquinto intento.
Si sobrepasa esos límites, haga dos cosas: la primera es desistir en su intento
de abrir la puerta; la segunda es hacerse revisar el grado de alcoholemia.
Pero, si al girar la llave nota un suave clic y la puerta cede, es que ha
conseguido abrirla. ¡Felicidades!
Quinto: Por
fin, una vez abierta la puerta puede entrar o salir por ella. Eso dependerá del
estado previo en que se encontrara.
Última advertencia: Tenga en cuenta
que si su estado previo era el de la inopia, salir de ella es muy difícil.
En esta ocasión he querido escribir algo que evoque al gran maestro Julio Cortázar. No sé si lo he conseguido.
ResponderEliminarMuy interesante. Me ha gustado mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarSi has evocado a Cortázar no lo sé. Que has provocado mi sonrisa, si lo sé. Que cómo se te ocurre escribir sobre cómo abrir una puerta, pues no lo sé. Lo que sí sé es que este relato destella felicidad en el autor y la trasmite.
ResponderEliminarSiempre hay que abrir puertas y si no, ¡se llama al cerrajero!
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