El relato que
hoy os presento está inspirado en un poema de Antonio Machado. El que, seguramente,
conocéis y lleva por título “A un olmo seco”.
Por eso, os
recomiendo que, si lo tenéis olvidado, lo releáis. Y con tal fin os lo he
copiado más abajo.
Después podéis seguir
leyendo mi ficción, de la que me siento
un tanto orgulloso. Os diré por qué.
El relato lo escribí
hace un par de meses y lo presenté a concurso. El que convocaba la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de Jaén, en su XX
edición. El resultado fue que me galardonaron con el segundo premio… y tengo entendido que se presentaron más de
dos relatos.
Así que, leed el poema
de A. Machado y después mi relato. Luego me comentáis mis errores.
A UN OLMO SECO
Al olmo viejo,
hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo
centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual
los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de
hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te
derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
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Olor a espliego. Un cuento posible.
Autor: Felipe Molina
Molina
A mi amigo Antonio le gusta pasar las tardes en el
cementerio. Suele ir todos los lunes, miércoles y viernes. Algunas semanas va
también los domingos. Va a charlar con Marga, su mujer.
Mi amigo Antonio tiene un andar lento y pausado, como si
tuviera que reflexionar antes de decidir un nuevo paso. Llega y se sienta en un
poyete que hay frente al nicho que Marga ocupa desde hace escasamente un año. A
su espalda queda un viejo árbol, yo diría que fue olmo, y que en alguna noche
de tormenta, ¡vete tú a saber cuándo!, debió ser víctima de la mirada iracunda de
algún dios enfurecido.
Mi amigo Antonio, en el cementerio, podría pasar por una
doliente piedra esculpida con forma humana. Al menos, así lo creen las palomas
que a veces vienen a posarse sobre sus hombros regalándole con una mancha, como
si fuera un musgo amarillento y blanquecino. A veces, un leve movimiento de la
mano que lánguidamente apoya sobre su rodilla, precipita la caída al suelo de
unas hormigas, despistadas hormigas, que habían comenzado a trepar por su
pantalón.
Desde esa quietud mortecina, de forma inesperada, no sé qué
resorte interno hace que invariablemente todas las tardes, mi amigo Antonio saque
su reloj de bolsillo, que mantiene sujeto a la trabilla del pantalón por una cadenita de
acero, mire la hora, se levante –siempre tengo la impresión de que el crujido
de sus rodillas llega hasta los oídos de Marga–
y se dirija hasta la lápida que cubre el nicho de su mujer. Entonces se
le puede oír que dice muy bajito, como en un susurro: “Ya pronto reposaré a tu
lado. Esta vez para siempre”.
Pero esta tarde todo ha sido diferente. Empezando porque el
sol parecía no tener prisa en retirarse. Desde
los álamos del camino se ha dejado oír el gorjeo de un ruiseñor reclamando
pareja. Las palomas, hoy, se arrullaban a los pies de mi amigo. La fría
escultura de Antonio ha levantado la cabeza y su mirada se ha cruzado con la de
una mujer que le ha sonreído. Una mujer que dejaba un ramillete de flores en
otro nicho, una calle más abajo. Una mujer aún joven, esbelta, con un mar azul
en sus ojos y de sonrisa cálida, acogedora. A Antonio le ha llegado el perfume
de espliego de su mirada. Como si de un cursi y tópico anuncio de cualquier
champú se tratara, mi amigo sueña que la mujer agita su brillante y estrellada melena
y que, una suave brisa que en ella llevaba prendida, ha llegado hasta el viejo
árbol, yo diría que fue olmo, y le ha parecido ver que, en su seco tronco, una
hoja, casi verde mariposa verde, se agitaba.
Esta tarde Antonio no ha sacado su reloj de bolsillo. Al
levantarse no se ha oído el crujido de rodillas. Ha creído notar que en su
tronco seco, una rama que daba por muerta, esta tarde verdecía. Ha salido en
pos del espliego, ágil, con paso firme. A mitad de camino ha vuelto su mirada hacia el nicho de Marga y,
encogiéndose de hombros, le he oído que
decía: “Bueno, quizá tarde más en reposar a tu lado, mujer… ¡Qué quieres que te
diga!... ¡Esto es otro milagro de la primavera!”
Felipe Enhorabuena por tu estupendo relato "Olor a Espliego . Un sueño imposible " y por tu merecido premio. A seguir Escribiendo . y publicando por aquí
ResponderEliminarFelicidades por el bien merecido premio.
ResponderEliminarComo va de árboles y esperanza –y aparte del indiscutible paralelismo con el de Machado– apunto que tu relato también me recuerda al poema de Walt Whitman: el del roble solitario que, a pesar de lo triste de su soledad, logra brotar cada año hojas nuevas.
Felipe, ya me encantó cuando lo leíste en clase pues me pareció muy original tu peculiar interpretación del olmo viejo y recuerdo que coincidimos en que D,Antonio no estaba triste y deprimido ya esperaba la primavera y todos sabemos lo que siempre ha significado la primavera... De nuevo! Enhorabuena!
ResponderEliminarFelicidades Felipe. En primer lugar tu ironía y sentido del humor crecen con los años. Me ha parecido un relato maravilloso de una sencillez exquisita. Es acertado incorporar para su lectura el poema de Machado que hace leer con más intensidad y sacarle el jugo a tu relato. Comparar un olmo viejo con un anciano y el brote verde con los sentimientos íntimos de la persona hace que me sensibilice más. La aparición de la mujer con su sonrisa y ese mar azul en sus ojos, impulsa y de qué manera, el relato que hace que finalice con un dulce sabor a vida y alegría (primavera). Enhorabuena.
ResponderEliminarFelicidades, Felipe por ese precioso, sentido y esperanzador relato. Merecido premio, sin duda! Gusto tropezarme contigo a causa del olmo, porque es quien me trajo a tu blog. ;-)
ResponderEliminarTereVe
Gracias a ti Teri Vera y bendito olmo, si es a él a quién debemos este encuentro
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