Hoy, primero de noviembre, es el día de todos los Santos.
Anoche llamaron a mi puerta varias veces. Eran grupos de niños que pedían truco o trato (una
mala traducción de trick-or-treat porque
en realidad lo que se pide con esa fórmula es que los dueños de la casa elijan
entre recibir una broma o darles a los chavales unas golosinas. No sé por qué
siempre acabamos dando golosinas o dándoles con la puerta en las narices. Nunca
aceptamos una broma).
Según algunos que saben de lo hablan la fiesta de Halloween es el anticipo del día de los
muertos que, en nuestra tradición de toda la vida, celebramos mañana día dos de
noviembre con la fiesta de los Fieles Difuntos. ¿Qué diferencia hay entre el
día de los Santos y el de los Fieles Difuntos ya que, al fin y al cabo, ambos
están muertos y bien muertos? Pues que el día de los Santos es el día de los
muertos que ya están en presencia de Dios y en la cultura cristiana mañana, día
dos, es el día de los fiambres que aún están purgando sus pecados, es decir, que
no están condenados al infierno, pero tampoco están en la gloria; vamos que
están en la lisita de espera que, si es como la de la Salud Pública, puede
durar una eternidad. Por eso la Iglesia pide que el día dos de noviembre sea un
día de oración por esos difuntos que aún está purgándose y ¡ojo, que alguno de
ellos puede ser tu bisabuelo querido o tu cuñada favorita!, así que mañana
reza, aunque sea solo un ave maría.
El caso es que todo gira en torno a la muerte. Una araña,
por poner un ejemplo, ignora a sus congéneres ya muertos y, lo que es más
calamitoso, también desconoce que ella misma ha de morir (sobre todo si la ve
mi tía Ramona. En ese caso la muerte es fulminante). El hombre, desde que dejó
de ser primate empezó a tener conciencia de la muerte y a tenerle miedo. Se
negaba a desaparecer, así sin más. Y ahí seguimos, instalados en el miedo y la
preocupación por saber que todo tiene un final. Por eso, creo yo, el hombre se
inventó una vida post mortem, un más
allá. Para tener el consuelo de que, de alguna manera, es eterno. Y para
administrar esa vida de ultratumba se inventó la religión, mejor dicho, las
religiones. De esa manera, los que creen a pie juntillas en lo que dice su
Iglesia, sienten cierto consuelo y no se angustian al pensar que con su muerte
todo acaba y que algún día se reencontraran con sus seres queridos que les
precedieron en este jodido asunto del morir.
Los que creen en su doctrina religiosa también suelen creer
que los incrédulos no tienen manera de consolarse y que viven angustiados permanentemente
por ese miedo a la muerte. Pues no es así. Muchos pensadores más listos que yo
han llegado a la conclusión de que tras su muerte no necesitan una vida
posterior, porque al morir dejaran de sentir. Lo dicen de una manera muy
gráfica. Morir es volver al sitio donde se estaba antes de nacer. Lao-Tsé hace
unos dos mil quinientos años si no lo hubiera tenido claro no hubiera dicho que
“Vivir es llegar y morir es volver”. Y nuestro querido García Lorca lo dejó por
escrito: “Como no me he preocupado por nacer, no me preocupo por morir”. Y van
y me lo fusilan. Federico es seguro que no está sufriendo en estos momentos,
pero nosotros si sufrimos su pérdida. Claro que cuando yo muera, también dejaré
de sufrir su muerte.
Y ahora una anécdota graciosa. Tales de Mileto decía que no
había diferencia entre la vida y la muerte. Uno que se las daba de gracioso
pensó que le iba a pillar en un renuncio y le dijo: Si no hay diferencia, ¿por
qué no te mueres entonces? Tales, que se las sabía todas, le contestó: Pues por
eso, porque no hay diferencia ninguna. Ja, ja, ja…y el listillo se alejó con el
rabo entre las piernas.
Mucho antes de Cristo, hubo otro sabio que dijo no estar
preocupado por la muerte, se llamaba Epicarmo y lo dijo así: Yo no quiero
morir, pero después de muerto, ¿qué puede importarme? Pues eso digo yo también,
que no es que quiera morir, prefiero estar vivo, pero después de muerto, a mi
plín. Quienes tienen que preocuparse por mi muerte serán todos aquellos a los
que les debo dinero, porque a ver cómo van a cobrar entonces.
Y Jorge Manrique que, según algunos, nació en Segura de la
Sierra, escribió estos bellos versos: “Partimos cuando nacemos, / andamos
mientras vivimos / y llegamos / a tiempo que fenecemos; / así que cuando
morimos / descansamos”. Para él eso es el morir, descansar. Nada dice de
angustia o sufrimiento. Y es que el
miedo a la muerte, para muchos, no es miedo a lo que haya después, sino al
mismo proceso de la muerte.
Ya lo dijo Marco Valerio Marcial: “Más triste que la muerte
es la manera de morir”. Por eso yo he hecho testamento vital y pido que no se
haga ensañamiento terapéutico conmigo. Si, llegado el momento, el proceso de mi
muerte se prevé largo y doloroso que me eutanasien. Séneca, que posiblemente
conociera a Marcial, dijo: Después de la muerte no hay nada y la misma muerte
no es nada. Ahí está la clave, en la segunda parte de la oración.
Otro poeta que piensa en la muerte y acaba cansándose del
miedo a la misma. Estoy hablando de Paul Verlaine. Estos son sus versos:
Cansado de vivir con miedo a la muerte, / mi alma está dispuesta a todos los
naufragios, / como un esquife, / juguete de la mar.
Lo malo, y lo que hay que evitar a toda costa es que la
muerte llegue de la forma que le está llegando a mucha gente en estos días. Lo
voy a decir con una greguería de Ramón Gómez de la Serna: “La ametralladora
escribe los puntos suspensivos de la muerte”. Eso sí que es de temer, que
algunos sigan escribiendo en la vida de los demás con puntos suspensivos. Hay
que hacer lo posible por parar esas muertes.
Los incrédulo tienen todavía por resolver un segundo
consuelo que tienen los que esperan otra vida después de la tumba: el
reencuentro con sus seres queridos (yo digo que también se reencontraran con
sus seres odiados y eso no creo que les agrade, ¿no?). Pues, al menos yo, no necesito
morir para hablar con mis muertos. Lo hago casi todos los días, ¿no es así
abuelo? Y lo que es más gratificante, ellos me hablan a mí también. Ayer, sin
ir más lejos, me estuvo hablando Ugo Betti, que fue un dramaturgo italiano del
siglo pasado. Era de mi misma opinión. Me dijo que no vivimos solos, que nadie
vive solo, que todos vivimos con los muertos. Y después de esa sentencia, se
bebió mi copa de brandi el muy cabrón.
Cicerón opinaba que la vida de los muertos está en la
memoria de los vivos. Por eso yo no los olvido. Después de todo, lo quieras o
no lo quieras, los muertos gobiernan a los vivos según pensaba el filósofo Augusto Comte. Y otro
francés, Napoleón, era de la opinión de que “es bueno abrir alguna vez las
tumbas para conversar con los muertos”. Yo no llego a tanto, pero conversar con
ellos sí que lo hago. Y tal vez tú también lo hagas, lo que pasa es que no te
das cuenta.
Muy bueno, Felipe
ResponderEliminarFino como el coral, chaval !
ResponderEliminarFino, fino. La tragicomedia natural como los muertecitos de La Codorniz.. Jmab
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