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¿De quién son los olivos?

 

Le he cogido la navaja a mi padre, porque sé que no la va a echar de menos. Con hoy lleva tres semanas sin salir al olivar. Aún no se ha recuperado del accidente. He desayunado lo de todos los días, un tazón de leche con Colacao y un canto de pan con aceite. Mis padres creen que me voy al colegio, pero hoy haré rabona. La seño se lo dirá, como otras veces, y entonces mi padre me dará un cogotazo mientras me dice que soy como un olivo, que para que dé fruto hay que zurrarle con la vara. Lo hará delante de la seño, para que vea que me castiga, pero luego cuando estemos a solas me echará su brazo por los hombros y me dará un euro para que me compre una chuchería.

Para ir al colegio tengo que atravesar el olivar, que parece no tener fin. Se tarda más de una hora andando. Nuestra casa es como una pequeña isla blanca en el centro de un inmenso mar. Todos nos levantamos al amanecer, desde siempre. Mi madre dice que a esa hora la luz te permite seguir como si aún estuvieras soñando. Entonces me asomo a mi ventana a ver como el viento mueve las hojas de los olivos. Veo unas suaves olas que se acercan a nuestra isla salpicando de espuma verdiblanca el aire. Noto la sal que desprenden y que proviene del sudor que mi padre, y otros como él, han ido dejando caer a los pies de los olivos día tras día, sin nunca parar. De tantos años pasados al cuidado de ellos, mi padre se ha convertido en un olivo más. Su cuerpo entero es fibroso, lo tocas y parece hecho de leña vieja. Su cara tiene tantos surcos y es tan áspera al roce como lo es la corteza del árbol. Sus ojos son diminutas aceitunas negras. Sus dedos son raíces tortuosas que se hunden en mi pelo cuando me lo atusa. Así es mi padre.

He llegado a donde ocurrió el accidente. Los de aquí son olivos de cornezuelo, doblemente centenarios. Mi padre siempre ha dicho que las máquinas acabarían con los aceituneros. Aquel día estaban estrenando un tractor con pinza vibratoria. Habían elegido para la prueba los olivos más robustos, los preferidos por mi padre, los que siempre ha llamado suyos. La máquina abrazó con su pinza el tronco del que parecía más cargado de aceituna. El olivo se resistía a soltar su fruto, parecía que estuviera pidiéndole a mi padre que fuera él quien lo vareara. Al tercer intento, la pinza se soltó del tractor y al caer golpeó a mi padre en las piernas. Raimundo y Perico dicen que oyeron el crujido de sus huesos al quebrarse.

Me quedo mirando al viejo olivo y saco la navaja. Ahí quieto, con la vista fija en su tronco, siento el frío. A lo lejos ya se ve el pico de Mágina cubierto con su caperuza blanca. En el colegio habrán encendido la calefacción y estarán calentitos, quizá no tendría que haber faltado a clase. Pero no; estoy decidido a hacer lo que he venido a hacer.

La semana pasada la seño nos llevó un libro repleto de poesías. Empezó a leérnoslas. Yo me quedaba sin entender muchas cosas de las que decía, pero otras me parecían muy bonitas y decían justo lo que yo sentía en algunas ocasiones, aunque no supiera como decírselo a los demás. De todas maneras mis amigos, el Ñito, el Quique y el Pelopincho me hubieran llamado idiota y repipi. La seño empezó a leer un poema que lo había escrito un tal Hernández o Fernández, no recuerdo bien. De lo que sí me acuerdo es de su nombre, porque era el mismo que el de mi padre: Miguel. Hablaba de Jaén, de los aceituneros y de los olivos, eso también lo recuerdo muy bien. El poeta nos preguntaba que quién levantó esos olivos y quién los amamantó. Yo me había quedado dudando. Hasta ahora creía que los había levantado mi padre, pero lo de amamantarlos me pareció raro. Entonces la seño me puso el libro en las manos y me pidió que siguiera yo, así de sopetón.

Trastabillando un poco continué leyendo y cuando llegué al punto en el que dice: «Andaluces de Jaén, / aceituneros altivos, / pregunta mi alma: ¿de quién, / de quién son estos olivos?», Fernandito, que estaba sentado en la primera fila, soltó una risotada y exclamó: «¿De quién van a ser so gili?, pues de mi padre. Todos, todos los olivos son de mi padre. Y cuando yo sea mayor, serán míos». Enseguida sus lameculos, que siempre se sientan a su alrededor, empezaron a reírle la  gracia y a señalarme con sus dedos. Solté el libro en el pupitre y salí corriendo. La lluvia me cogió en mitad del camino. Mejor, porque así al llegar a casa pude disimular mis lágrimas entre las gotas de agua que mojaban mi cara y empapaban mi ropa.

Por eso estoy ahora aquí, frente al olivo rebelde que se negó a obedecer a otro que no fuera mi padre. Con su navaja voy a grabar el nombre de Miguel en su tronco recio. Y después iré grabándolo en todos los troncos del olivar, uno por uno, aunque me lleve un mes, o tres meses, o un año. El nombre de mi padre. Todos los olivos lo llevaran escrito en sus carnes, aunque luego las aceitunas se las lleven otros.


Comentarios

  1. Que lecion nos has dado de historia de humilda de orgullo de luchar por lo tuyo y de sabiduria no pares de escribir un saludo sabes quien soy

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  2. Manuela E. Describes tan bien todo el paisaje y la escena que la haces más fácil de imaginar. Gracias Felipe.

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  3. He vivido el relato como si fuese yo.. enhorabuena. Me ha encantado!!!

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  4. Bonito y encima recordando a Miguel Hernández.

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  5. Un relato precioso . Al final las aceitunas se las llevan otros como siempre.

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  6. Muy bueno Felipe! Una historia imaginativa muy de tu estilo

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  7. Un relato poético, precioso, duro. La descripción de ese padre-olivo de cuerpo fibroso, cara áspera llena de surcos y dedos como raíces tortuosas me recuerda a otro poema de cierto ilustre jiennense que también cantó a los olivos. <3

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  8. Un relato poético, precioso, duro. La descripción de ese padre-olivo de cuerpo fibroso, cara áspera llena de surcos y dedos como raíces tortuosas me recuerda a otro poema de cierto ilustre jiennense que también cantó a los olivos. Me ha encantado.

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  9. Me ha encantado tu sensibilidad, enhorabuena

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  10. "Los bichos bola"me recuerda que algunos chicos de mi comunidad,hace unos años se los comian.Eso es menos cruel y además mas ecológico😁

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