Ir al contenido principal

Unas fotos para meditarlas

 

Yulia Napolskaya es una artista rusa nacida en 1973, residente en San Petersburgo, dedicada al mundo de la fotografía y la foto-manipulación. Sus trabajos rezuman teatralidad y humor; lúcidas composiciones llenas de ironía que apelan a la complicidad del espectador para seguir el juego de los personajes. Yulia es frecuentemente su propio modelo. Ha ganado varios premios y expuesto sus creaciones en varias oportunidades.

El feminismo podría utilizar alguna de sus fotos para su lucha reivindicadora de la igualdad de género. Por ejemplo esta que ella ha titulado “Cruz femenina”. Creo que la foto habla por sí sola: fregar, lavar, cocinar, mantenerse atractiva y seductora para cuando a él le venga en gana echar un rato de guarrerías, como diría Chiquito.


He visto muchas más fotos de esta singular artista. Son todas muy elocuentes. Entre otros temas, toca el de la muerte. Ya sabéis que a mí me gusta pensar en ella. Solo de vez en cuando, no vayáis a creer que soy un necrófilo. Al fin y al cabo, pensar la muerte, es el tema por excelencia de la filosofía —eso dijo Platón— y a mí siempre me ha gustado la filosofía, bueno también Sofia, a secas.

Pues viendo ayer otra foto de Yulia que titula “Medio juego médico” y que aquí os enseño, me vino a la cabeza esta frase que leí hace tiempo, ahora no recuerdo dónde. Era más o menos, esta: La vida es una partida de ajedrez, donde sabes que la muerte ya tiene el jaque.

Qué verdad tan inamovible es esa. Ya sé que en esa partida yo —y tú también, ¿qué te crees?— seré siempre el perdedor. Siempre seré yo quien reciba el jaque mate, pero me empeñaré en que la partida dure mucho tiempo, me procuraré un enroque fuerte y, si puedo, pondré en más de un aprieto a mi pálida contrincante. Con eso me conformo.

En su foto, que os recomiendo que miréis con detenimiento, Yulia deja claro que por muchas medicinas que pongamos en juego para prolongar, que no ganar, la partida, el reloj de arena (las dos copas, una sobre la otra, la de abajo invertida) es imparable y cuando el vino (metáfora de la alegría de vivir) haya caído por completo a la copa inferior, la partida terminará. La mujer tiene oculto bajo la mesa un libro abierto por la mitad. Quizá Yulia ha querido representar con él la Ciencia, el Saber, y nos está diciendo la artista que, a pesar de eso, el libro no le ayudara a la vieja a vencer la muerte... Es mi opinión, no sé si coincide con la vuestra.

Además la muerte se ha traído como ayudante a su gato negro que ya está sobre el hombro de la pobre y desgraciada anciana. Me da la impresión de que cuando la que lleva en su mano izquierda la guadaña deje caer la ficha que aún sostiene en el aire con la derecha, la partida llegará a su fin.



Bueno, yo ahora voy a mover mi alfil a c6 y me como su peón, a ver con qué jugada me responde.



Comentarios

  1. La foto de la muerte podría ser de " El Séptimo sello"?Por muy bien que juegues la partida la perdemos sin remedio y claro que hay que resistirse,cómo cantaba Brassens je quiterai la vie en reculons o algo así

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un café bien amargo

  Cualquier persona con dos dedos de frente entendería los motivos que me llevaron a hacer lo que hice. Es más, con mucha probabilidad lo aplaudiría. Por eso no comprendo al comisario que se empeña en llamarme psicópata descerebrado. Sigue opinando que oculto el verdadero motivo y hoy, por enésima vez, me ha vuelto a pedir que le contara lo sucedido. Y, ya puestos, ahora te lo voy a contar a ti. Porque de algo habrá que hablar, digo yo, mientras estamos aquí los dos encerrados, mano sobre mano y sin nada que hacer. A ver si así te cambia la cara, que no has abierto el pico en las veinticuatro horas que llevamos juntos, que pareces la momia de Tutankamón, hombre. Para que te enteres, ayer le conté al comisario toda la historia. Antes me habían interrogado varios de sus colegas. Después él mismo. Tres horas sin parar. Bueno, pues hoy va y me vuelve a llevar a su despacho y me pide que se lo cuente todo otra vez. Me quita la esposas y me ofrece un cigarrillo. “Toma Martínez, a ver si esta

UN DÍA EN EL COLE

Sor Aurelia era mofletuda y rechoncha. Recuerdo que yo me decía al mirarla desde mi pupitre que las alas de su toca, por muy grandes que fueran y por muy fuerte que las batiera, no podrían levantarla ni un palmo del suelo. A primera hora de la mañana nos hacía rezar un padre nuestro o un ave maría, ya no me acuerdo, pero rezar sí que rezábamos algo, de eso sí que me acuerdo. Después, unos días repasábamos la tabla de multiplicar y otros días sacábamos los cuadernos Rubio de caligrafía y nos decía: Hoy toca practicar la letra bonita, que vaya mamarrachos de letras me hacéis. Yo iba por el número dos, el que tenía en la portada un soldado romano montado en su cuadriga, que más tarde supe que no era cuadriga sino biga. Pero entonces todos nosotros la llamábamos cuadriga. A mí me gustaba mucho esa ilustración de la portada y me imaginaba que era yo el intrépido y valiente soldado que fustigaba a esos vigorosos caballos y que sentía como mi capa roja, todas las capas de los romanos eran roj

Un dios descontento.

Hay dioses para todos los gustos. Por ejemplo, los antiguos dioses griegos y sus secuelas romanas como los libidinosos Zeus-Júpiter que no paraban mientes en distinguir entre diosas o simples mujeres mortales a la hora de beneficiárselas. Todas caían. Hay dioses feos y lisiados como Hefesto, tanto que su propia madre Hera lo tiró al mar nada más nacer. Hay diosas apropiadas para los ecologistas como la nórdica Jord, que cuando no andaba cuidando de la Naturaleza, se metía en la cama de Odín y, claro, acabó pariendo a Thor que cuando se enfadaba su voz era un trueno. Hay dioses como Ganesha que, aunque al principio te eche para atrás ver que tiene cabeza de elefante y cuatro brazos, si le rezas con devoción y fe te propicia buena fortuna y te va eliminando obstáculos en los comienzo de tu negocio. Hay también numerosos dioses médicos, como Ixtlilton a quién los aztecas acudían y bebían de su agua tlílatl (lo que quiere decir agua negra) cuando pillaban un resfriado o una cagalera o les