Algunas palabras nacen, viven y mueren en los diccionarios sin pasar por la boca de los hablantes.
A veces, en mi peregrinar por la web o por libros que ya
huelen a viejo, a rancio, y tengo guardados en los anaqueles altos de mi biblioteca, me
encuentro con palabras que no he oído ni leído nunca, lo cual no es demasiado
raro en mí. De todas ellas solo me quedo con las que tienen cierta musicalidad,
las que suenan bien, o las que me sugieren cosas fantásticas. Pues eso es lo
que me pasó el otro día al toparme con la palabra GALICURSI.
Lo primero que hice fue irme al diccionario de la RAE. Copio
lo que dice de esta palabra:
1. adj. coloq. Dicho de un lenguaje:
Caracterizado por el uso de frecuentes galicismos por afectación de elegancia.
2. adj. coloq. Dicho
de una persona: Que emplea un lenguaje galicursi. U. t. c. s.
Luego intente buscar el origen de la palabra. Los vocablos
no siempre surgen en el seno de los hablantes, también pueden ser inventados en
la literatura, así como Cortázar inventó cronopio,
que él imaginaba como «seres verdes que flotan en el aire».
Pues este es el caso de galicursi,
un vocablo que busqué en el CORDE (el corpus diacrónico del Español) y con el
que me llevé la sorpresa de que hay un solo caso registrado, lo que equivale a
la nada. Se utilizó en un artículo de prensa publicado en 1936 por el escritor
y periodista Pedro de Répide Gallegos. Él era entonces, tal como lo evocaría un
cronista madrileño muy amigo suyo, Antonio Velasco Zazo: un pollo atildado, de pelo recortado, con camisa de alto cuello
almidonado y luciendo sobre la pechera una corbata de plastrón (buscaré qué
se quiere decir con corbata de plastrón.
Lo prometo). Poco después, en 1905, obtuvo el premio convocado por el periódico
El Liberal para novelas cortas con la
titulada La enamorada indiscreta.
El artículo periodístico que escribió Pedro se titula Manjar Vernáculo. No he podido
encontrarlo entero, pero si un trozo del mismo. Al parecer está hablando en él
de María Teresa Habsburgo Borbón, que era hija del rey Felipe IV como todos
vosotros sabéis. Pues esta infanta se casó con Luis XIV de Francia y se tuvo
que ir a París para parir allí seis hijos y llevar una vida triste y aislada,
la pobre. El caso es que, al casarse con Luis XIV, pues se llevó también a su
criada, la Molina (no nos une ningún
parentesco), e introdujo entre otros manjares españoles la tortilla que
absurdamente hoy llamamos aquí «a la francesa» y cuya receta daba ya en 1637
Montiño, denominándola entonces «tortilla a la Cartuja». También se llamó
tortilla doblada y era práctica conventual. En Madrid, tenían fama las que los
frailes de Atocha ofrecían a sus visitantes. Como nota al margen, propongo que
a partir de ahora recuperemos el nombre de tortilla
a la Cartuja y dejemos de llamarla a
la francesa.
Ahora os copio el párrafo del artículo que escribió Pedro de
Répide en el que aparece la palabra inventada por él: Galicursi.
«María Teresa llevó igualmente a París la costumbre del
chocolate, que tanto había de arraigar. Actualmente, además de los bombones de
Marquis, sigue la casa Prevost, que frente al teatro del Gimnasio es ya una
institución chocolatera, como lo era entre nosotros la casa de Doña Mariquita.
También la hija de Felipe IV llevó otra muestra de la repostería matritense. El
hojaldre, tan típico de nuestra villa, desde el vetusto horno de Mesón de
Paredes, que data de 1519, y en mal hora ha sido desvirtuado, y estropeado, y
aun motejado con un nombre galicursi».
Me quedo sin saber cuál es el nombre tan galicursi con el
que se sustituyó al de «Mesón de Paredes». SI alguno de vosotros lo conoce, que
lo diga.
Aprovecho para decir que son innumerables los platos
españoles que figuran como galicanos. Sin ir más lejos, Alejandro Dumas se
llevó un tesoro de recetas nuestras, entre ellas la de las sopas de ajo. Y sin embargo nos creemos que son ellos los
que nos enseñan a cocinar. ¡Anda y que los ondulen con la permanén!, como diría
el Pichi, el del chotis que cantaba la Celia Gámez en «Las Leandras».
En resumen, se supone que los corpus son depósitos de texto
de donde las academias extraen las palabras que «surgen en el seno del pueblo»,
pero galicursi, más que obra de un
periodista que la usó, a lo que sabemos, una única vez, es un vocablo
inexistente en la lengua, plantado en el diccionario por una decisión
inexplicable de los académicos.
Voy a intentar emplear esa palabra cada vez que me tope con
un pisaverde y me suelte algún galicismo para presumir de culto.
Au revoir.
Curioso y erudito relato, magníficamente investigado y estupendamente escrito y no quiero abusar de más adverbios
ResponderEliminarMe uno al sabio comentario del anónimo.
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