El extracto activo de la
corteza del Sauce, género descrito por Linneo, llamado salicina, fue aislado
años antes, en 1828, por el farmacéutico francés H. Leroux y el químico italiano
Rafael Piria. El mérito del joven químico alemán Félix Hoffmann es
que fue el primero en sintetizar el ácido acetilsalicílico. Y con este
descubrimiento, la Bayer se hizo de oro. Bueno, digamos que se afianzó en su
puesto de empresa líder porque, un año antes, la empresa farmacéutica alemana
había registrado otro fármaco, igual de famoso que la Aspirina: la famosa
Heroína, extrayéndola de la Morfina. Aspirina y Heroína se convertirán en
dos de las drogas que simbolizan el siglo XX de Occidente, bajo el conocido
lema publicitario: “Si es Bayer es bueno”.
Félix Hoffmann estrenando sombrero |
La Aspirina, oído al
parche, ¡ha sido el primer fármaco en llegar a la Luna! La incluyeron
en el botiquín de primeros auxilios que llevaban Neil Armstrong, Michael
Collins y Edwin Aldrin en la cápsula del Apollo 11.También fue crucial en
la expedición que conquistó la cima del Everest en 1993. Los
escaladores dependían de ella para combatir los dolores de cabeza provocados
por el llamado mal de altura.
En mis recuerdos está la Aspirina infantil. Sí, por el sabor a
picapica de fresa ácida que tenía. Ese sabor tan especial que
"enganchaba" hizo que más de uno fingiera un dolor de cabeza, de
muelas o de cualquier otra cosa que se le ocurriera.
Al ir apareciendo otros analgésicos y antipiréticos más modernos, la Aspirina pasó por un cierto declive. Sin embargo remontó cuando se descubrió que también podía utilizarse como anticoagulante y antiagregante plaquetario. Hoy en día raro es que quién haya sufrido un infarto de miocardio no esté tomando Ácido acetilsalicílico (la marca Aspirina no la cubre la S.S.) como fármaco de primera línea.
Y eso me recuerda una experiencia que viví hace unos veinticinco o veintiséis años cuando hacía un viaje de vuelta desde Estambul a Madrid. En el avión, un pasajero sentado a mi lado empezó a quejarse de dolor intenso en el pecho. Llamé a la azafata y me identifiqué como médico. Le pedí que informara al piloto de que podíamos estar ante una posible emergencia sanitaria por infarto de miocardio. Le pregunté también si en el avión había botiquín de urgencia y me contestó que no. Al oír eso, otro de los pasajeros dijo que él llevaba Aspirinas. Y eso fue lo que le dimos al posible infartado. Una Aspirina como antiagregante para evitar la trombosis coronaria. El mismo piloto salió de su cabina, no sin antes conectar el piloto automático, claro, y nos autorizó a que trasladáramos al paciente a la zona delantera, la VIP, que estaba más despejada y sin tantos curiosos. Me preguntó si solicitaba permiso para un aterrizaje urgente en el primer aeropuerto por el que pasara y, ¿qué creéis que respondió el enfermo al oír eso (había permanecido mudo todo el tiempo que estuvimos en la zona “normal” del avión y rodeados de otros muchos pasajeros)? Pues con voz débil dijo: “No, no hace falta. Esto me pasa cada vez que monto en avión. Si consigo eructar y tirarme un peo, se me pasa”. Y eso hicimos, lo dejamos solo y tumbado en el suelo en el espacio que hay entre la cabina del piloto y la cabina de pasajeros y, al cabo de un rato, volvió a su asiento entre los aplausos del resto de pasajeros. Todo había sido provocado por unos gases que no podían salir.
Por eso, siempre que viajo en avión, desde entonces llevo una Aspirina en el bolsillo por si se repite la historia. Pero, desde luego, antes le diré al hipotético paciente que pruebe a peerse.
¡Anda! Recuerdo tu viaje a Estambul, pero no recordaba la anécdota del falso infartado. ¡Qué susto!
ResponderEliminarPor cierto, felicidades, Aspirina.
Un peo te puede salvar la vida, dicen que en una lápida de un cementerio a modo de epitafio decía "Aquí me veo por aguantarme un peo "
ResponderEliminar🤣🤣🤣
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