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Fue un gran salto

Pues resulta que hoy, 20 de julio, es el quincuagésimo tercer aniversario de la llegada del hombre a la Luna. Aquel verano todo el mundo estaba expectante y ansioso por ver como se desarrollaba el acontecimiento. No en todos los hogares había televisión por aquellas fechas y las casas en las que sí la había, se llenaron de invitados pese a la hora de retransmisión. Nosotros lo vimos en mi casa, pero se ve que yo me quedé dormido a esas horas de la madrugada porque mi recuerdo es el de haber visto el alunizaje en casa de mis abuelos, a la tarde siguiente, cuando volvieron a retransmitirlo. Recuerdo que estaba emocionado, quizá porque ya tenía la edad suficiente para comprender el significado de tal hecho. Mi abuela, que estaba sentada en su sillón preferido en la acristalada cancela de la habitación, no paraba de decir: “Mira que sois tontos, ¿de verdad os lo creéis?”. Luego vinieron las teorías conspiranoicas: que si la bandera no podía ondear al no haber atmósfera, que si no se veían estrellas, que si los letreros iluminados y qué sé yo cuantas más. Pero mi abuela no tuvo nada que ver en la difusión de estas teorías, os lo aseguro. Lo cierto es que yo si me creí a pies juntillas que ese había sido un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad. Lo dijo Neil Armstrong, ¿no lo recordáis?

El caso es que hoy, recordando esa efemérides, me ha dado por pensar que aquella no fue la primera vez que el hombre pisó la Luna. Diréis: “este hombre se ha vuelto majara”. Pero no. La Luna ya había sido hollada por el hombre muchos años antes, siglos incluso. Entre lo que yo guardo en mi memoria y lo que he ampliado buscando en internet, la lista de visitas a la Luna anteriores al año de 1969 se hace bien larga.

Seguro que todos vosotros también recordáis como en el año 1865 los miembros del Gun-Club planean lanzar un cohete a la Luna lanzado por un cañón de 300 metros de longitud que debía de ser disparado el uno de diciembre a las once menos trece minutos, ni un segundo antes ni después. Los americanos querían un nuevo estado para sus Estados Reunidos. Lo describe muy bien Julio Verne en De la Tierra a la Luna. Los viajeros, en esa ocasión se limitaron a orbitar alrededor de la Luna. La novela la continua Julio unos años más tarde escribiendo Alrededor de la Luna.

Pero yendo al viaje más antiguo del que tengo noticia, os diré que fue el que describe el sirio Luciano de Samósata, en el siglo II antes de nuestra Era, considerado uno de los primeros humoristas. Obra suya es Historia verdadera , para algunos la primera obra de ciencia ficción. En ella se describe como unos viajeros consiguen llegar a la Luna en un barco que es levantado por una enorme tromba de agua. Una vez en la Luna se encuentran con selenitas que podían quitarse y ponerse a su antojo los ojos, vamos tal y como mi abuelo se quitaba y ponía la dentadura que la dejaba en la mesita de noche metida en un vaso con agua. Cosa curiosa, aquellos selenitas bebían “zumo de aire” y, entre ellos, eran los hombres los que parían a los hijos. Los viajeros terrestres tienen, además, que luchar contar arañas gigantes que supongo serían los ancestros de Spiderman. Y luego nos creemos que lo de la imaginación desbordada es cosa de la editorial Marvel. ¡Pues no tienen años las historias fantásticas!

Pero Luciano no se quedó ahí, sino que siguió años después escribiendo cosas de ese estilo y publicó su libro Icaromenipo en el que describe como el filosofo Menipo de Gadara intenta llegar a la Luna siguiendo el ejemplo del famoso Ícaro. Es decir, con alas, pero él usa un ala de águila y la otra de buitre y, claro, la cosa no le funciona. Los dioses lo castigan y cae también a la Tierra.

Ludovico Ariosto fue un poeta italiano nacido en 1474 y es conocido por su poema épico Orlando furioso. En él nos cuenta como Astolfo, paladín (que bien me sabe esta palabra: paladín, paladín, paladín) de Carlomagno, vuela a lomos de un hipogrifo hasta la Luna y en ella encuentra a las mentes de los que han perdido la razón. ¿Será esta historia el origen de nuestra palabra “lunático” para referirse a tanto chiflado que anda suelto por ahí?

Bueno, todos habéis oído hablar de la Divina Comedia de Dante, pero ninguno la habéis leído, no presumáis. La escribió allá por los primeros años del siglo XIV. En su segundo canto, El Paraiso, viaja hasta nuestro satélite en una especie de nube y nos presenta a la Luna como un limbo en el que las almas de aquellos que abandonaron sus votos son imágenes reflejadas en el agua. Algo así como lo de Astolfo, el anterior personaje.

Siguiendo un orden cronológico, en el mil seiscientos y pico, el libertino Cyrano de Bergerac escribe su Historia cómica de los Estados e Imperios de la Luna y el Sol. En la Luna se encuentra con unos habitantes que andan a cuatro patas y que cuando guerrean entre ellos lo hacen con la más absoluta igualdad de medios, es decir, hombre por hombre, cañón por cañón, espada por espada, etc. Igualito que en nuestras guerras, vamos. Los selenitas de Cyrano comen mediante el olfato y, atentos, ¡sus libros no tiene páginas escritas!, ¡son audiolibros! (y creíamos que era un invento reciente). En uno de esos audiolibros su protagonista llega a equiparar un repollo con Dios, ¡toma ya! Menos mal que advierte en el título que es una historia cómica, pero si llega a meterse con Mahoma no quiero ni pensar lo que le hubiera pasado a nuestro narigudo Cyrano (no se va a ofender porque le llame narigudo. Él mismo llegó a decir de su narizota: “¡Es una roca!... ¡un pico!... ¡un cabo! Qué digo un cabo… ¡Es toda una península!).

También a mitad del XVII, Francis Godwin, un clérigo inglés pasó a ser famoso por una obra publicada póstumamente: El hombre en la Luna o discurso de un viaje allí por Domingo González, el raudo mensajero (no me echéis la culpa por el título tan largo, en aquellos tiempos era la norma), obra que, según más de un estudioso del tema, dice que puede ser la precursora de Robinsón Crusoe. Domingo, el protagonista, es un español militar retirado y dedicado al comercio que es náufrago en una isla donde habitan unos gansos gigantes que utiliza como motor de un carro con el que llega hasta la Luna. Por cierto, la isla de la novela es la misma que sirvió de destierro a Napoleón: Santa Elena.

En 1634, también póstumamente, se publica la novela que escribió bastantes años antes, en 1608, el conocido astrónomo Kepler, Johanes Kepler. La novela lleva por título Somnium y cuenta como un joven islandés y su madre viajan hasta la Luna gracias a un conjuro mágico que sabía la buena mujer y que había que decir durante un eclipse solar. Se ve que Kepler, cuando descansaba de estudiar en serio las órbitas de los planetas se liaba un porro y… Por eso no se atrevió en vida a publicar sus visiones, digo yo.

En 1742, Fray Manuel A. de Rivas es encarcelado por la Inquisición a causa de las denuncias de algunos envidiosos correligionarios. En la cárcel le da por escribir (notáis cierto paralelismo con otro ínclito autor). Uno de los personajes creados por él se llama Onésimo Dutalón y viaja a la Luna donde conoce a los “anctítonas”. Una de las cosas que hace allí el tal Onésimo es redactar un documento que data el día “7 del mes Dydimón de nuestro año del incendio lunar 7.914.522”. Tendré que buscar la correlación de esa fecha con nuestro calendario Gregoriano; en cuanto lo averigüe os lo digo. Palabrita del Niño Jesús.

En 1785 Rudolf Erich Raspe, el padre literario del Barón Münchhausen, le hace viajar a la Luna subido en una bala de cañón. Allí, el Barón entabla conversación con el Rey de la Luna y, cuando se cansa de la cháchara, coge un soga que había por ahí, la ata bien fuerte al satélite y se descuelga con ella hasta la Tierra. Así de sencillo. Creo que la NASA debería copiar este método y se ahorraría un mogollón de dólares en gasolina. En cuanto termine de escribir este recuento de obras y autores, les mando un WhatsApp. Seguro que me lo agradecen.

Todos conocéis y habéis leído a Edgar Allan Poe y si no, habéis visto alguna película basada en alguno de sus relatos, aunque no fuerais conscientes de ello. En 1835 publicó La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall. En ese cuento, Hans viaja hasta la Luna en un globo aerostático. Está huyendo de sus acreedores. En realidad el cuento esconde una crítica a la mezquindad de los burgueses de la época. Al parecer levantó ampollas entre los librepensadores del lugar. Tendré que leer el relato, por si algún día me persiguen a mí mis muchos acreedores.

Paschal Grousset, político y escritor de ciencia ficción (muchos políticos actuales también nos hablan como autores de ciencia ficción) nos cuenta, allá por el año 1887, en su libro La conquista de la Luna. Una historia de Bayunda, como un consorcio de empresarios y políticos quieren hacerse con las riquezas minerales que la Luna tiene y, dado que es imposible llegar hasta ella, deciden hacerla bajar hasta aquí (madre mia, cuanta imaginación, se nota que era político el tal Paschal). Lo hacen con potentes electroimanes y la depositan en el Sahara. Y digo yo que podían haber aprovechado tirando de la soga con la que se descolgó el Barón Münchhausen.

Año 1901. Ahí está H.G. Wells (siempre H.G., nunca su nombre completo) escribiendo y publicando Los primeros hombres en la Luna. Wells, en esta novela, se inventa también un carburante: la cavorita que es una sustancia con propiedades anti gravitatorias (¡yo la quiero!). La novela es una crítica encubierta a la sociedad de su tiempo bajo el aspecto de la ciencia ficción. Una vez le preguntaron a Julio Verne  que qué pensaba de Wells. Su respuesta: “Yo uso la ciencia; él la inventa”.

Muchos opinan que los cómic tienen categoría de “novela gráfica”. En ese supuesto incluyo aquí a Hergé cuyos cuadernos de Tintín guardo celosamente en mi biblioteca. En 1953 publica Objetivo la Luna y en 1954 Aterrizaje en la Luna. Hoy se siguen vendiendo reproducciones de su famoso cohete a cuadros rojos y blancos en el que Tintín y su perra Milú viajan hasta nuestro satélite. El dato científico curioso: el cohete está provisto de un sistema que crea gravedad artificial.

Y ya, justo un año antes del 69, Arthur C. Clarke, uno de mis autores favoritos en mi adolescencia, escribe 2001: Una odisea en el espacio. La mayoría de la gente conoce esta obra a través de la peli homónima dirigida por Kubrick. La verdad es que ambos trabajaron simultáneamente y, aunque hay diferencias entre película y novela, en ambas se pisa la Luna primero y luego se programa un viaje a Jápeto, uno de los satélites de Saturno, para intentar contactar con los extraterrestres, los que fueron dejando dispersos por el espacio aquellos monolitos, como el que el homínido de la película encuentra en el desierto y le hace descubrir el poder de un hueso usado como arma. Pero HAL9000, la supercomputadora que contrala la nave espacial, que está programada para no recibir respuestas que supongan dudas, entra en contradicción consigo misma y… no voy a destripar el final por si alguno no ha leído la novela o visto la película.

Y aquí me quedo, porque mi propósito era hacer un breve recorrido por la literatura de viajes a la Luna previos al 20 de julio del 69. También omito la infinidad de películas que hay sobre el tema anteriores a 1969, pero ya que he mencionado la película de Kubrick, no quiero terminar sin recordaros la primera de todas ellas que en 1902 hizo Georges Méliès: Un viaje a la Luna. Tiene todo el encanto y candor de lo primigenio, con sus selenitas esqueléticos y bosques de setas gigantes. Merece la pena verla, por eso aquí os copio un enlace para verla en You Tube. Dura un poco más de quince minutos. https://www.youtube.com/watch?v=ZNAHcMMOHE8&ab_channel=BilliBrassQuintet

Ya sé que hay más libros anteriores a 1969 sobre los viajes a la Luna, pero no tengo más ganas de seguir. Buscadlos vosotros y luego me los contáis.

¡Hala, a descansar!

Comentarios

  1. Un gran trabajo, amigo, ese mismo día Franco nombró a Juan Carlos su sucesor, menudo lío se formó entre los falangistas y los partidarios del padre de Juan Carlos, yo estaba haciendo un curso obligatorio para poder ejercer de maestro en Río Madera

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  2. ¡Muy interesante! Vamos, que la humanidad lleva siglos "en la luna" gracias a su imaginación.

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